La chica del pelo rojo

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Terminar follando en el maletero de un coche en medio de un monte de Málaga con una chica a la que tú no habías reconocido y que hacía 20 años que no veías puede ser una de las cosas más excitante que pueden pasarte.

Llamémosla Carolina, para no complicar mucho el asunto.

Carolina era la hermana pequeña de Loli, una novia (por describirlo de alguna manera) que tuve en el instituto. En aquel tiempo y aunque poco después espabilé excesivamente rápido gracias a Diana, se podría decir que yo era un pardillo.

La cosa no pasó a mayores con Loli (a excepción de algunos roces por encima de la ropa cuando nos enrollábamos). Además, ella era muy religiosa y llevaba a dios ante todo y por delante.

Loli era guapísima. Tenía unos ojos grandes y verdes preciosos que te mataban de amor o te fulminaban de odio en un santiamén. Su larguísimo pelo rizado castaño llamaba la atención por donde pasaba y tenía un cuerpazo de esos que antes decíamos de revista, aunque al final me di cuenta de que todos los cuerpos son de revista, sea como sean.

El instituto terminó, gracias a dios y al cabo de los años trabajando ya en la empresa que ya os he comentado anteriormente, coincidí un par de veces con su hermana. Era una de las camareras recurrentes en la empresa de cáterin. Ana y yo nunca nos habíamos llevado bien del todo cuando salía con su hermana ya que ella tendría doce o trece años entonces y yo lo único que hacía era chincharla y hacerla de rabiar diciéndole que la edad del pavo le sentaba fatal. Me lo confesó una de las veces que quedamos fuera del trabajo para tomar algo.

No sabes cómo te odiaba, Andrés, me espetó una vez y sin venir a cuento. Yo le contesté que no la culpaba porque era un verdadero gilipollas en mi adolescencia.

El caso es que de vernos tanto después del trabajo fue que acabamos acostándonos unas cuantas veces hasta que ella empezó a salir con su actual pareja y, lógicamente dejamos aquella relación. Eso sí, le pedí por favor que nunca le contara a su hermana que habíamos estado viéndonos de aquella manera.  Creo que no entendería muy bien que nos hubiéramos estado viendo de ese modo habiendo salido previamente con ella.

Un día quedé con mi amiga Beatriz en el bar de debajo de mi casa. Era un lugar bastante conocido en la zona, sobre todo por el buen pescaito frito que preparaban.

Cuando llegaba el verano era imposible poder comer allí ya que se llenaba a todas horas de turistas y veraneantes que hacían colas enormes para conseguir comerse unas raciones.

—Hay que ir aprovechando que junio está a la vuelta de la esquina y esto se va a poner de bote en bote. Ya sabes que hasta octubre nada.

—Bueno, yo algunas veces voy a las cocinas por atrás y les encargo ahí lo que quiero y me lo llevo a casa —le dije a Bea.

—Qué suerte tienes, mamón… ¡Anda, mira quién viene por allí!

Al final de la calle apareció Loli con su marido, tocayo mío por cierto y sus dos niños. Levanté la mano y los saludé. Enseguida se acercaron.

—¡Hola! Me alegro de veros —les dije levantándome y dando un abrazo a cada uno— ¿Qué? ¿Aprovechando para comer aquí antes de que nos invadan los turistas?

—¡Cómo los sabes, tocayo! —dijo Andrés riéndose.

—¿Cómo van estos enanos? —Pregunté a Loli mientras rascaba la cabeza a uno de ellos que se reía nerviosamente.

—Pues hechos unos bichos, la verdad. Como debe ser.

—Eso es así —asentí— ¿Tenéis mesa?

—Sí, hemos reservado esta mañana. Mi hermana estará al caer.

—¿Ah sí? Dile que venga a saludarme cuando llegue que quiero comentarle algo.

—Vale, se lo digo. ¿Vamos? —dijo Loli a sus niños para que pasaran al restaurante.

Entraron y se sentaron en una de las mesas del interior del local cerca de la ventana y cuando se estaban terminando de acomodar, la vi.

Era una camarera que no había visto nunca. Bajita (de metro y medio más o menos), voluptuosa, con los ojos achinados y con un pelo liso de media melena teñido de rojo fuego que se me grabó en las retinas.

Vi como hablaba amablemente con Loli mientras sonreía.

No podía quitar mis ojos de aquella chica y sobre todo de su enorme, grande y curvilíneo culo, que parecía más grande debido a la figura de su cuerpo. Sus enormes tetas acompañaban al resto.

Cuando sonreía tan ampliamente sus ya achinados ojos se cerraban más todavía y sus mofletes se hinchaban dejándole un gesto precioso en la cara.

—… ¿me estás escuchando, Andrés?

—¿Eh? ¿Qué pasa?

—¿Cómo que qué pasa? —me rebatió Bea—. Que te estoy hablando y no me haces ni caso… ¡Que por allí viene Ana!

Pero mis ojos estaban de nuevo buscando a la camarera para volver a observarla.

—Eres un puto descarado —dijo riéndose —. Te ha gustado esa camarera ¿no?

—Hostias, ya te digo. Qué bonita es, Bea.

—¿Sabes cómo llamo yo a ese tipo de mujeres? —pregunto con gesto de pícara. Mujeres concentradas. Son como los perfumes o los detergentes: vienen en tamaño pequeño y tienen todo concentrado: la dulzura, la mala hostia, la calentura… ya sabes… las dosis pequeñas.

—Jajajajja menuda artista estás hecha tú. Anda que a ti no te gusta —le dije a Bea que me contestón con un gesto de ni fu ni fa —. Para ser lesbiana tienes mal gusto entonces.

En ese momento nos pusieron en la mesa algunas de las raciones que habíamos pedido. Noté una patada de Bea por debajo de la mesa quien me indicó con la cabeza que mirase hacia arriba.

Y allí estaba ella, a mi lado. Desprendía un aroma dulzón de algún tipo de perfume avainillado. Vestía con ropa totalmente negra y la camisa parecía quedarle algo pequeña ya que los botones parecían que iban a abrirse en cualquier momento y dejar salir sus enormes tetas. Si no llega a ser por mis gafas de sol me hubiera pillado mirándolas.

—¡Hola! Me alegro de verte. Esto es lo que has… habéis pedido, ¿no? Una de jibia frita, rosada, fritura variada…

—¡Sí…sí! Ve dejando… dejándolo por … por aquí —titubeé mientras organizaba un poco la mesa moviendo los platos, los vasos y el servilletero.

—Gracias —dijo la chica de aquel pelo rojo que no podía dejar de mirar.

—Tú… digo… a ti.

Sonrió y sus ojos color miel se entornaron preciosamente. Entre sus labios se veían unos dientes blancos y perfectamente alineados. Se dio la vuelta y se fue mientras yo no perdía detalle de su culo exageradamente grande.

—¿Una mujer deja sin palabras a Andrés El Pervertido? No me lo puedo creer… Será porque es pelirroja, si no no tiene sentido… tampoco es para tanto.

Miré seriamente a Bea que se quedó sorprendida.

—¡DE VERDAD TE GUSTA! Jajajajajaj —gritó.

—Sssshhhh… que te va a oír —dije por lo bajo susurrando mientras ella no podía parar de reír.

—¿Quién te va a oír? —se escuchó una voz conocida detrás de mí.

—¡Ana! ¡Hola!

—Hola, Andresillo… ¿cómo estás? —Ana era la única persona que me llamaba así desde que estuve saliendo con su hermana Loli.

—Bien, bien… acabo de ver a tu hermana.

—Sí, ya he visto que hablabas con ella.

—Oye, te quería comentar…

Hablamos unos cinco minutos de un tema de trabajo mientras se tomaba una cerveza con nosotros.

—¡Ana! ¡Loli te está esperando! —se escuchó decir desde la puerta del bar a la camarera que me tenía embelesado.

—¿La conoces? —le pregunté a Ana mientras cogía la cerveza y se iba corriendo hacia el bar.

—¡Mira qué eres tonto, Andresillo! —dijo mientras se alejaba.

Bea me miraba y se reía y de vez en cuando decía mira mira mira… por ahí viene y más de una vez piqué hasta que ya no le hice caso y una de la veces era verdad.

—¿Queréis algo más?

—¡Yo quiero postre!

—Yo… tambi… también —dije bajando la mirada a la carta que estaba impresa en el mantel—¿Qué tenéis casero?

—Uffff… muchas cosas, Andrés.

Sabe mi nombre pensé… ¿se lo habría dicho yo? ¿lo habría oído? Me estaba empezando a poner nervioso y no entendía como una chica tan joven, porque era mucho más joven que yo, conseguía hacerme sentir así.

—Tenemos… tarta de turrón, tarta de chocolate, natillas, arroz con leche y crema de turrón, tiramisú…

—Por mí, no sigas —le corté—. Quiero el tiramisú. ¡Dos…!

—Con eso no te tiembla la voz ¿Eh? Yo quiero tarta de turrón… ¡y un café!

—Tiramisú… mi favorito —dijo la camarera mientras recogía los platos inclinándose sobre la mesa.

Cuando su torso pasó por delante de mí el tiempo se ralentizó y vi pasar su cara, su torso y su tetas a cámara lenta. Aquel perfume volvió a recorrer mis fosas nasales y sin darme cuenta inspiré profundamente para olerla.

La camarera al darse cuenta me miró y se ruborizó, pero reaccioné a tiempo:

—Disculpe ¿Qué perfume es el que usa?

—¿En serio? ¿De usted me vas a tratar? —contestó riéndose—. Perfume dice jajajajaja —tenía una risa escandalosa y dulce—. Es piedra roseta… un especie de pied…

—Sé lo que es… señoritaaa… —dije a modo de pregunta.

—¿En serio, Andrés? ¿No sabes quién soy? Sé que hace 20 años que no me ves, pero … ¿en serio?

—Verás tú que el subnormal este ya la ha liado ¿A que se ha enrollado contigo y no se acuerda? —gritó Bea a la vez que me daba una colleja.

—Jajajaja, ¡No, que va! No es eso —dijo casi avergonzada mientras se colocaba un mechón de su precioso pelo de fuego detrás de la oreja— ¿De verdad no te acuerdas de mí, Andresillo?

—A ver, hace 20 años que no te veo, ¿qué tendrías dos o tres años?

—Cinco —contestó todavía con la sonrisa en la boca.

—Y Andresillo solo me lo ha llamado una sola…per…so…na…no… no puede ser…nonononono… que va que va…

En ese momento paré de hablar y como si a Sherlok Holmes se le acabaran de alinear todas las pistas y hubiese comprendido quién es el culpable de un asesinato que no podía resolver, todo los cabos se ataron en mi cabeza, incluidos los de esa misma mañana de los cuales no me había dado ni cuenta.

—¿Carolina?… No…¡No! …¡NOOOOO!

—Sip —dijo con un gesto casi de orgullo.

—¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOO!!!!! –me levanté de un salto y la silla casi se cae. La abracé muy fuerte.

—¿De verdad no me habías reconocido ni relacionado con mis hermanas?

—Pero, ¡qué esperabas? La última vez tenías dos coletas, te faltaba un diente y corrías como una loca encima de una bici con ruedines .

Mi inseguridad con ella desapareció enseguida y no la pude volver a mirar como la había estado mirando hasta ahora.

Nos pusimos un poco al día en poco más de 5 minutos y enseguida se tuvo que marchar a seguir trabajando.

—¡Vaya! Qué pronto te deja de gustar y de impresionar una persona —dijo Bea mientras yo decía adiós con la mano a Loli, Andrés y a Ana.

Carolina miraba hacia nosotros y se dirigía hacia nuestra mesa.

—Ahora vengo, voy a mear —dijo Bea en un desmarque digno de una buena amiga.

Cuando llegó a mi lado se sentó en una de las sillas que quedaban libres, al hacerlo la observé detrás de mis gafas de sol y noté como la redondez de su cullo llenaba casi todo el asiento y sus caderas se hacían mucho más anchas.

Sus muslos eran también anchos y se notaban muy tersos. Se inclinó hacia delante apoyando los codos sobre la mesa y sus manos sirvieron de apoyo para su redonda cara:

—Estoy reventada —dijo—. Es mi cuarto día y aún no me acostumbro… hasta que no pase una semana por lo menos…

—¿Has trabajado ya en hostelería?

—Solo los veranos… para pagarme la carrera… bueno, para echar una mano a mis padre a pagarla… vivo en Granada, aunque vengo todos los fines de semana. Ya sabes que mi padre curra en el campo y no puede con todo. Mi hermana también me echa un cable y así poco a poco voy sacando mi carrera de Diseño Gráfico.

—Admirable —le dije echándome hacia adelante acercándome a ella—. No te imaginas el impacto y la alegría que me has dado hoy.

—¿Impacto? ¿Por qué? —preguntó Carolina con cara de extrañeza.

—Pues porque no me acordaba de ti… quiero decir, sí me acordaba… bueno… a ver cómo me explico…—me puse nervioso otra vez y empecé a titubear—, veamos… Me he acordado muchas veces de ti, sobre todo cuando hemos hablado tu hermana Ana y yo…

—¿Qué hablabais de mí, después echar un polvo o cómo iba eso? Es un poco raro dijo con una sonrisa malévola en la cara.

Me quede literalmente sin palabras. Mi cara debió de palidecer y mi gesto se quedó completamente descolocado.

—Yo… tu herman…

—¿Qué le has hecho al tontopollas este? —dijo Bea muerta de risa llegando de nuevo a la mesa— ¡Mira que jeta se le ha quedado! Jajajajaja. No sé qué le has dicho, pero si lo has dejado así, me caes bien, pequeña —le espetó a Ana ofreciéndole de chocar las palmas de las manos.

—Nada, recordando viejos tiempos…

No conseguía ni por un momento mirar a Carolina a la cara, notaba como me ardía toda la cabeza después de aquel comentario

—¿Es que tu hermana te ha dicho algo? —conseguí preguntarle.

—¿Qué te parece si te lo cuento esta noche que libro mientras cenamos en el Circus?

—Le parece estupendo, a las nueve aquí —dijo Bea ante la imposibilidad por mi parte de hablar.

—Ponte guapo que es una cita.

Un calor muy grande me obligó a beberme más de media botella de agua de golpe que aún quedaba encima de la mesa.

—Vale —por fin pude decir.

Mientras iba para casa después de haberle contado a Bea lo que había pasado analizaba cada una de las palabras de Carolina y la verdad es que no me cuadraba nada.

Nunca había estado tan descolocado ni había vivido una situación tan fuera de mi control y, no es que no me gustase, sino que me angustiaba el no hacerlo porque no era a lo que estaba acostumbrado.

Llegué a casa, me duché, afeité y arreglé y cuando me di cuenta no eran ni las siete y media. Eso demostraba mi desubicación y que la situación me tenía completamente desconcertado.

Tampoco es que me haya dicho nada del otro mundo… pero, ¿así, tan de golpe?, pensé.

Por un momento imaginé a Ana contándole a su hermana pequeña alguno de nuestros encuentros, y no es que hubieran sido nada fuera de lo común. Habíamos follado en algunos sitios públicos y eso, pero nada más.

También me imaginé preguntándole directamente a Carolina cómo sabía ella eso y qué era lo que Ana le había contado pero lo que no sé es cómo la siguiente imagen que vino a mi cabeza era la de ella cabalgándome la boca y su coño chorreando sobre mí.

Enseguida volví en mí intentando quitarme esos pensamientos de la mente y me di cuenta que ya era casi la hora de irme por lo que cogí las llaves, me puse mi reloj, metí mi cartera en el bolsillo y fui donde habíamos quedado.

Cuando la vi aparecer de lejos el corazón me dio un brinco dentro del pecho. Estaba nervioso cosa que no me solía pasar al quedar con alguien.

Se acercó un poco más vi que traía puesta una falda negra casual bastante corta. Eso dejaba ver sus piernas esbeltas y blancas que se perfilaban con unas curvas amplias y preciosas. En la parte de arriba una camiseta sin mangas con unos tirantes cruzados alrededor del cuello le hacían unas tetas enormes y una cintura con unas curvas de infarto. Además, la camiseta tenía el logo de uno de mis grupo de música favorito: La boca y lengua de The Rolling Stones.

Calzaba unas botas tipo Martin’s también negras con unos calcetines blancos.

Su pelo caía lacio sobre sus hombros y, aunque ya era prácticamente de noche, destacaba sobradamente ese color rojo fuego que tantísimas cosas me provocaban por dentro.

Cuando llegó a mi altura se puso de puntillas y me abrazó mientras me daba dos besos. Enseguida noté sus enormes pechos contra mi cuerpo y en mi polla apareció un hormigueo.

—¿Dónde….? ¡Qué guapa! ¿Dónde quieres ir?

—No sé, a algún sitio que no haya gente —contestó Carolina dejándome más desconcertado de lo que ya estaba.

—Pues eso va a ser difícil… pero ya veremos qué hacemos.

—Me apetece un sitio para estar solos… no quiero ver a nadie.

—¿Estás bien? —pregunté algo preocupado.

—¡Sí! ¡Muy bien! —dijo jovialmente mientras sonreía y sus ojos se entronaron—, solo que estoy hasta el coño ya hoy de ver gente. Hoy el bar ha sido de locos… pero no quiero hablar del curro, por favor.

Caminamos en dirección al paseo marítimo, pero conforme íbamos llegado la marea de personas se hacía cada vez más grande.

—No, por aquí no —susurró Carolina mientras me agarraba del brazo y tiraba de mí.

—Caro, me tienes desconcertado.

—Carolina, por favor. Llámame Carolina.

—Vale, pues: Carolina, me tienes desconcertado —repetí.

—Sí, es que no sé dónde ir…

—No, no es eso —respondí mientras la sujetaba del brazo parándola y poniéndome delante de ella—. Me tienes desconcertado porque no sé qué hacemos aquí, no sé para qué hemos quedado esta noche, no sé a qué vino lo que me soltaste esta mañana referente a … a… a…

—… a que follaras con mi hermana.

—¡ESO! Pero bueno…

—En realidad eso lo deduje yo. Os vi alguna vez por el centro de copas y no sé por qué hoy se me ha ocurrido decírtelo así. Cosa de niñatas supongo.

—¿Ves? Me tienes completamente perdido… pero vaya que a esto le pongo yo solución —sonreí mientras la miraba—. Quieres estar sola ¿no? Ven.

Aligerando un poco el paso me dirigí donde tenía el coche y después de casi 10 minutos andando llegamos al parking. Nos subimos a él y cuando arranqué sonó la canción de Honky Tonk Women. Carolina sonrió sentada en el asiento de al lado donde el cinturón de seguridad se deslizaba entre sus pechos quedando atrapado entre ellos haciendo que parecieran más grandes todavía.

Enseguida el coche iba sin rumbo fijo camino a la urbanización de El Limonar mientras la música iba sonando.

Paré en una hamburguesería de barrio en la que había comido algunas veces y que no estaba mal. Compré muchas patatas fritas, varias salsas y dos camperos de pollo.

Para cuando nos dimos cuenta habíamos acabado en un sitio donde yo solía ir de joven con mis amigos de entonces a hacer botellón y a fumar porros: El monte de las tres letras.

Aparqué el coche de culo quedando el amplio maletero mirando hacia Málaga y en él nos sentamos los dos sobre unos cojines amplios que siempre tenía detrás.

Las vistas desde allí eran perfectas mientras que Carolina y yo no habíamos dicho nada, ni hablado de nada. Simplemente estábamos allí, comiendo algo, rodeados por árboles y naturaleza además de estar disfrutando de la compañía el uno del otro… y sí, me gustaba… era diferente.

—Esto es lo que necesitaba hoy —susurró Carolina mientras daba un gran bocado a su hamburguesa.

Pensé que todo había sido muy extraño y rápido. Todo fuera de lo habitual y que había sido todo lo contrario a lo que yo, a mis 40 años consideraba una cita.

Me puse a recoger los restos de la comida y los metí en una bolsa para después echarla a la basura mientras Carolina me miraba y no me quitaba ojo.

—Bueno, me vas a explicar ahora qué es eso de que me viste con tu hermana.

—Yo creo que mejor deberías besarme.

Sin palabras y completamente descolocado de nuevo.

Aquella chica de 26 años lo había vuelto a hacer y allí, en el silencio de la noche solo roto por algún que otro soplo de brisa, Carolina se acercó a mí, se retiró el pelo de su cara acomodándolo detrás de su oreja y sus labios se unieron con los míos mientras, casi sin darme cuenta, temblaba como un adolescente que da su primer beso.

Su lengua entró súbitamente en mi boca y empezó a buscar la mía para enzarzarse en una batalla de lujuria y saliva bastante feroz.

—No… no… no… esto no puede ser —dije separándome de ella confundido.

—Cómo quieras —dijo retirándose y volviéndose a sentar a mi lado mientras apoyaba la cabeza en mi hombro.

Pasé mi brazo por encima de ella y abracé fuerte.

—¿Por qué? —preguntó Carolina— ¿No te gusto? —dijo con tristeza en los ojos.

—Mucho… es el problema. Hoy has conseguido lo que ninguna otra persona ha hecho anteriormente: dejarme sin palabras y en shock … CUATRO VECES

—Entonces no lo entiendo.

 

—Si follamos habré follado con las tres…

—¿Y qué? ¡Triplete! —dijo mientras yo soltaba una carcajada—. No entiendo el problema y más si ya no tienes nada con… —se calló por un instante—… no seguirás enrollado con Ana, ¿no?

—¡NO! Nonono, que va ya no. Hace tiempo que no. Más o menos desde hace un año y medio.

Carolina me abrazó y se recostó un poco más contra mí.

—Tengo muchas ganas de follar contigo —volvió a susurrar casi para ella sola.

—¡VES? ¡Estas son las cosas que me descolocan de ti! ¡Eso! Y me irrita… pero por otro lado me encanta, joder.

—Pues fóllame, Andrés.

—¡VALE! ¡JODER! FOLLEMOS… a ver si así me aclaro.

No terminé de decir esto y Carolina se había deshecho de su camiseta dejando ver su sujetador, negro, como no. No imaginaba que sus tetas eran tan enormes. Sus dos pezones rosados y duros se veían a través de la tela semitransparente.

Me quedé mirándolos como un novato en el tema.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Carolina mirándome a los ojos mientras sonreía. Yo solo pude asentir—. A ver ahora.

Se quitó el sujetador y se dirigió gateando hacia mí mientras yo despacio me fui tumbado sobre el amplio maletero del coche el cual tenía los asientos traseros echados hacia delante desde que aparcamos.

Mientras gateaba sus dos enormes tetas se movían voluptuosamente y yo no podía dejar de mirarlas.

—Venga, ven… toca…

—Paso —contesté mientras agarraba una de ellas y me la metía en la boca.

—Así me gusta —dijo mientras me acariciaba la cabeza—. Chupa fuerte.

Un hilo de saliva resbalaba ya por uno de sus duros y grandes pezones que apenas cabía en mi boca. Succioné con toda la fuerza que pude mientras con las manos masajeaba aquellos desproporcionados pechos que me estaban haciendo salivar en exceso.

Como no, mi polla estaba durísima dentro del pantalón.

—Quítate toda la ropa.

—¿Qué? ¡No! Esper…

No me dio tiempo a más cuando Carolina me había quitado los dos zapatos y los calcetines y había comenzado a desabrocharme el pantalón que ya estaba a medio quitar.

Cuando me quise dar cuenta y sin saber en qué momento lo había hecho, ella se encontraba ya completamente desnuda y cuando mi cabeza acabó en medio de sus enormes pechos que casi me tapan toda la cara, noté de nuevo su olor dulzón de piedra roseta.

Carolina me cogió la mano y se metió dos o tres de mis dedos en la boca llenándolos de saliva. Justo después los dirigió a su coño, que estaba chorreando y muy caliente. Sin decir nada se los metió lentamente. Usaba mi mano como si se tratara de un consolador y hacía lo que quería con ella.

Los jadeos que salían de su boca eran tremendamente dulces, pero a la extremadamente calientes.

—Así… me gustan tus dedos, Andrés. Méteme otro

Eso hice. Ahora Carolina movía mi mano haciendo que tres de ellos entrasen y saliesen a toda velocidad de su coño que empezaba a emitir ruidos muy húmedos.

Retiró mi mano completamente mojada de su entrepierna y acercándosela a la boca la empezó a lamer y a saborear su propia humedad. Yo no podía permitirlo… quería beberme su sabor y la besé para compartirlo.

—Quiero comértelo.

—Bien… eso es, Andrés, así me gusta.

Enseguida abrió las piernas apoyándolas casi en el techo del coche tumbada boca arriba y acerqué mi boca a su coño. Apoyó su mano en mi cabeza la cual me acariciaba con mimo, pero con cierta impaciencia. Mientras, yo recorría con mi lengua desde su clítoris hasta la entrada de su vagina. Una vez que mi lengua había entrado cinco o seis veces en su coño hacía el camino inverso.

—Me estoy mojando mucho.

—Espero que me dejes saborearlo todo —le dije retirando mi boca de ella unos segundos.

—Pues prepárate —contestó Carolina mientras empezaba a mover sus caderas arriba y abajo para que el roce de mi lengua fuese más fuerte.

Acerqué mis labios a su clítoris y empecé a succionarlo con suavidad mientras le volvía a meter dos dedos.

—Así… así, los dedos me encantan —gritaba—. Más fuerte… más rápido —gemía Carolina mientras se acariciaba las tetas que casi tapaban su cabeza.

De repente un líquido tibio y ácido empezó a brotar de su coño mientras sus caderas comenzaron a temblar y a levantarse hacia arriba.

—Me corro ya, Andrés… ¡ME CORRO YA! AHH, SÍ … ME ESTOY CORRIENDO —gritaba sin control mientras las sacudidas de sus caderas se volvieron casi violentas.

—En mi boca —susurré.

—Ahí lo tienes… chupa… chupa… chúpamelo.

Mis dedos entraban y salían a toda velocidad y los gritos de Carolina crecían sin control. Mientras, mi mano no paraba de darle todo el placer que ella quería.

Poco a poco fue bajando la intensidad del movimiento de sus piernas, que, aunque aún temblaban, ya se movían mucho más lentas que antes. Yo también fui bajando la intensidad para no incomodarla.

Carolina me cogió de la muñeca de nuevo y se sacó los dedos del coño acercándoselos a la boca.

—De eso nada… esto es mío que para eso me lo he currando —le dije mientras empezaba a lamerme la mano llena de sus fluidos.

Carolina acercó la boca a la mía y ambos disfrutamos aquel delicioso sabor que acabó en un largo y suave beso lleno lujuria.

Mientras estábamos tumbados una de mis manos no podía de dejar de acariciar y apretar aquellas enormes tetas. Con la otra hacía lo mismo en su culo y sus caderas.

De vez en cuando dejaba caer un roce accidental sobre su coño que aún estaba muy sensible. Cada vez que lo tocaba un gemido o un suspiro se escapaban de la boca de Carolina.

Ella rozaba mi polla con una de sus tersas piernas. No me había dado cuenta que aún estaba con mi ropa interior puesta, así que me la quité para estar más cómodo.

—Quien me iba a decir a mí que con cuarenta años iba a estar follando en un coche con una muchacha a la que casi le doblo la edad.

—No hemos follado ¡No mientas! —rio—. Solo me he corrido yo y en tu boca.

—Para mí eso cuenta como follar, Carolina… Si supieras lo que me gusta comer coños, lo entenderías.

—Pues para mí no —dijo sonriendo mientras se tumbaba sobre mí haciendo que me recostara boca arriba.

En pocos segundos mi polla había acabado entre sus labios y había empezado a hacerme una mamada tan profunda que yo solo podía gritar hasta el punto de casi empezar a decir mis expresiones soeces, pero no me atrevía al ser la primera vez que estaba con ella.

—Sí, joder. Qué bien lo hacer, Carolina.

—¿Te gusta cómo te como la polla? ¿Eh? Dímelo… quiero oírlo.

Me encantó que dijera aquello.

—¡Qué ganas tenía de que me comieras la polla, niña! ¡Así se hace! Muy bien.

—¿Qué más? —preguntó mientras lamía con la lengua de arriba abajo toda mi polla y mis huevos —¿QUÉ MÁS? ¿No quieres decirme nada más?

—¿Qué más quieres que te diga?

—Tú lo sabes bien —me dijo mientras acercaba sus labios a los míos y me besaba con mucha lengua y saliva —… se te ve en los ojos lo cerdo que eres y lo caliente que estás… así que por mí no te cortes.

Me agarré la polla con una mano mientras con la otra sujetaba su pelo de fuego suavemente acompañándola a que volviera a meterse en la boca. Antes de que lo hiciera se la restregué por los labios, por la cara y le di unos pequeños golpecitos como se veía en algunas escenas de películas porno. No solía hacer eso, pero esta vez me dejé llevar con la sensación de que le gustaría. Al hacerlo, Carolina sacó la lengua y toda la saliva que había acumulada en ella resbaló hasta mojar mis huevos.

—Abre la boca —ordené y obedeció—. Cómeme la polla, Carolina.

—No me llames por mi nombre, insúltame o lo que quieras, pero no me llames Carolina

—Calla y cómeme la polla… ¡Puta!

—Eso es lo que quería oír… puta me gusta mucho —ella sonrió y mi polla volvió a desaparecer en el fondo de su garganta mientras sonidos guturales húmedos empezaron a oírse de nuevo.

Carolina se auto forzaba a hacerme una mamada profundísima sin yo obligarla a nada. La saliva que rezumaba de entre sus labios era excesiva y me encantaba.

La cogí de su sedoso pelo rojo acompañando el ritmo que ella misma se había impuesto para mi disfrute. Sin bajar la intensidad ni inmutarse se puso a horcajadas y colocó su coño de nuevo sobre mi boca mientras un vaivén de sus caderas pedía que me lo volviera a comer.

Cuando no habían pasado ni dos minutos de estar saboreándola se incorporó sentándose sobre mi polla. La colocó rozándose por fuera y empezó a moverse hacia delante y hacia atrás para masturbarse con ella.

Puse mis manos sobre su enorme culo y que le ayudaba con el movimiento y con cada vaivén sus tetas se movían deliciosamente. Solté sus caderas y me concentré en sus pechos.

—Apriétalas fuerte, Andrés. Muy fuerte —obedecí—. ¡Más, cabrón! ¡Más fuerte! ¡ASÍ! —gritó mientras me agarraba una mano con la suya apretando con una fuerza que hasta a mí me dolería— ¡Pégame!

—No.

—¡Que me pegues, Andrés! ¡Joder!

Y de repente ella misma se agarró del cuello y empezó a darse bofetadas en la cara y en las tetas además de pellizcarse los pezones fuertemente.

De vez en cuando levantaba las caderas y golpeaba violentamente su coño con manotazos que resonaban dentro del coche. Ella gemía y gritaba de placer cada vez que lo hacía.

—No te voy a pegar.

Sin yo esperármelo, Carolina me golpeó con la manos abierta en la cara.

—¡Que me pegues! Te lo pido por favor… mira como yo lo hago… me gusta, por favor, por favor, por fav…

No le dio tiempo a más porque en ese momento le devolví el golpe con la que yo creí que era la misma intensidad en una de sus tetas.

—Gracias, Andrés —me dijo sonriendo y abrazándome.

Me besaba tiernamente.

Mi polla empezó a deslizarse casi sin querer dentro de ella. Al entrar del todo, Carolina se quedó quieta unos segundos y poco a poco empezó a cabalgar lentamente.

El ritmo subía muy despacio y yo notaba como su prieto coño rozaba con cada milímetro de mi rabo.

—¡Pégame! —volví a obedecer y le di una bofetada en la cara esta vez con menos fuerza.

Carolina volvió a pegarme a mí en la cara bastante fuerte y, aunque no era una práctica que me llamase la atención en exceso, me gustaba que lo hiciera. Mientras la miraba desde mi posición veía como sus tetas botaban arriba y abajo hipnóticamente.

—Así quiero que me pegues —lo hice tal y como ella me indicó—. Así, Andrés. Me encanta que me pegues. ¡GRACIAS!

Le volví a dar otra y un gran gemido salió de entre sus labios mientras el ritmo de penetración subió repentinamente.

Carolina apoyaba sus dos manos sobre mi pecho lo que hacía que sus tetas se levantarán y parecieran aún más grandes todavía.

Le di varios manotazos seguidos en una de ellas y justo después de terminar el último apreté con fuerza terminando con un fuerte pellizco en su pezón excesivamente duro.

La entrepierna de Carolina empezó a sonar muy húmeda, mucho más que antes y para subir el ritmo, se puso de cuclillas haciendo que cada penetración fuera más profunda que antes.

—Dios, Andrés… me encanta tu polla. Es perfecta.

Noté como me ruboricé al escuchar esto, pero no voy a negar a que mi estúpido ego masculino le gustó.

—¡Calla y fóllame, zorra! —le grité mientras una nueva bofetada impactó en su mejilla de nuevo.

—Gracias, Andrés… —volvió a repetir esta vez con lágrimas en los ojos mientras se metía uno de mis dedos en la boca—. Gracias, pequeño. Gracias…

Por un momento me asusté me planteé el parar, pero al ver que Carolina me besó y empezó a decirme al oído una y otra vez gracias, lo descarté.

Una serie de golpes, tortazos, caricias violentas y opresiones fuertes se sucedieron en sus tetas. Las penetraciones y sentadas que Carolina practicaba ya se escuchaban igual de fuerte que las bofetadas que le daba.

—Me voy a correr —dijo en voz baja Carolina— ¡Me voy a correr, Andrés… ya no puedo aguantar más! —volvió a repetir susurrando.

—No te escucho. Dilo más alto.

—¡Me voy a correr, no aguanto…!

—No te oigo, pequeña. ¡Grita más, zorrita!

—¡QUE M-E… M-E… M-E C-O-R-R-O, HIJO DE PUTA! Que me corro ya, ¡JODER! —grito hasta quedarse casi sin voz.

Agarré fuertemente su tetas y apreté con ganas lo que hizo que ella empezara a gritar descontroladamente y mientras lo hacía Carolina empezó a eyacular ligeros chorros de líquido que salían de su coño cada vez que mi polla volvúa a desaparecer dentro de ella y en una de esas no pudo aguantar más.

Cuando se la sacó, un fuerte chorro de líquido salió disparado hasta dar encima de mi cuerpo. Cuando vi aquello enseguida solté sus tetas y acerqué mi boca como pude para conseguir que el fluido cayera en mi cara y en mi boca.

—Mira, Andrés… mira como sale.

Al ver que yo trataba de que cayera en mi cara, Carolina me agarró con una mano la cabeza y la acercó a su coño mientras con la otra se penetraba con tres dedos para seguir haciendo que el chorro no cesase.

De vez en cuando friccionaba mi boca contra él haciendo que me mojara toda la cabeza y enseguida se retiraba para seguir sacándose más y más corrida.

—Dámelo, Carolina —le di otra bofetada como pude y cuando la sintió el chorro se hizo más fuerte— ¡DÁMELO!

—¡Toma, Andrés, toma! Esto es para ti —jadeo casi perdiendo el control de todo su cuerpo y sin apenas poder hablar.

Solo gritaba.

Poco a poco el líquido dejó de brotar del coño de Carolina que ahora se encontraba completamente metido en mi boca mientras yo intentaba no dejar ni una gota de aquel ácido néctar. Apretaba y pellizcaba sus tetas mientras seguía rozándose contra mi boca.

—Gracias, Andresillo —me dijo mientras se dejó caer sobre mí comenzando a besarme y a lamer mi cara con su lengua queriendo saborear aquel delicioso líquido.

—No me quites lo que es mío —me reí.

—Es mío, pero bueno, lo compartimos.

—Me gustas mucho, Carolina… pero mucho, mucho, MUCHO. Me has impactado desde el momento en que te vi.

—Se nota —contestó—. Tú a mí también… ¿Salimos juntos?

Otra vez me había dejado descolocado y ya iban 5 veces.

—Ya lo hablaremos con tranquilidad… creo que ahora lo mejor es follar y mañana ya lo veremos —le contesté mientras acariciaba su pelo.

—Genial… me encantas… pero ahora yo te he dado lo que es mío y ahora quiero lo que es tuyo —me dijo Carolina con una coleta recién hecha.

Mientras, se metía mi polla en la boca y me hacía una de las mamadas más salvajes, a la vez que bonita, que me habían hecho en mi vida.

Me corrí en seguida sobre su cara y, como no podía ser de otra manera, sobre aquel precioso pelo rojo que tanto me hipnotizaba.

Andrés Pérez Palacios
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ANDRÉS PÉREZ PALACIOS
– Escritor de literatura erótica –

Gracias por pasar por aquí: mi gran afición es escribir #RelatosEróticos o como yo lo llamo #PornografíaLiteraria.

Escribo para mí y porque lo necesito, por eso no espero la aprobación de nadie ni hacerme famoso con esto. Este tema me fascina y por eso lo elegí.

Estas son mis vivencias y experiencias, ni mejores ni peores que otras. Lo que sí te pido es que las respetes. Si te gusta lo que lees deja un like ❤️. Un abrazo y se feliz.

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