Siempre he sido una persona que ha amado a los animales. Muchas veces pienso que son mejores que las personas y no por ello quiero decir que las personas desmerezcan, pero es cierto que la lealtad y el amor incondicional que te ofrece un animal no entiende de otras cosas que no sea eso mismo: AMOR
Muchas veces no recuerdo las caras ni los nombres de la gente, soy un desastre para eso y quien me conoce sabe que no lo hago a mal, simplemente soy un despistado, pero sí que puedo recordar el nombre de tu perro e incluso su cumpleaños si alguna vez me lo has dicho.
Durante una temporada relativamente larga después de una ruptura dolorosa, decidí estar un tiempo sin mantener relaciones sentimentales ni sexuales, porque no me apetecía y porque necesitaba un tiempo de recuperación por la intensidad que había vivido en aquella historia.
El caso es que decidí cuidarme un poco más, dejar un buen rato al día para dedicarme a mí y a mis aficiones que en aquel momento eran leer y la música.
Volví a tocar la guitarra y el piano y empecé a escuchar géneros musicales que ni por asomo creía que iba a escuchar nunca. Descubrí escritores nuevos (los que se denominan clásicos) como Edgar Alan Poe o Conan Doyle. Empecé a ir a clase de pintura ya que siempre había querido aprender… lo normal que se suele hacer en la etapa de recuperación de cualquier persona en esos momentos.
Otra de las cosas a la que dediqué tiempo fue en cuidar un poco de mis amistades, las buenas y de las de verdad. Empecé a quedar con ellos más asiduamente para ponernos al día y mantener el contacto de forma más continuada.
Complementé todo eso con actividades deportivas porque sin salud no se puede disfrutar de lo demás.
Aquella tarde quedé con mi amigo y compañero de trabajo Pedro, un abogado que en la sede de Sevilla.
Aunque vivía aquí en Málaga, su horario era de lunes a jueves en la capital andaluza y el viernes volvía a la oficina central, donde informaba de todo lo que había pasado esa semana en la oficina sevillana y a las 2 de la tarde terminaba su jornada.
Pedro era un hombre más bien bajito, de complexión fuerte y cara de bonachón. No solo lo era de cara, es que para definirlo no hay mejor expresión que la de buen hombre. Un tío íntegro, con estándares morales elevados y bastante liberal, cosa que chocaba con su forma de pensar en ciertas cosas.
Su mujer era de Sevilla, Verónica. Me recordaba mucho a mi amiga a quien va dirigido el relato de “La chica de Twitter”.
Ambos se complementaban muy bien y yo con ellos.
Esa tarde habíamos quedado en una conocida cafetería en la Plaza de Las Flores, en la zona del centro de Málaga. Era un sitio cómodo en el que vernos además de ser amplio y peatonal para que sus tres hijos pudiesen jugar.
—Tío, ya te vale, sabes de sobra que estas cosas no me gustan, Pedro… además también sabes en la situación personal en que me encuentro.
—Ya lo sé, colega —me contestaba mientras se acercaba a mí intentando que su mujer no nos oyera—, pero de verdad que no tengo nada que ver. Vero me ha dicho que le ha comentado a su amiga de quedar con nosotros porque llevaban tiempo sin verse, pero ya sabes cómo son estas cosas… ella lo hace con la mejor intención… para que conozcas a gente nueva… y en serio, está buena.
—Me da igual —dije algo molesto—. Estas encerronas no me gustan. Parece que uno está desesperado…
—¡Anda ya, gilipollas! Sabemos de sobra que no necesitas ayuda para ligar… Mira, tú aguanta el trago, otro día quedamos los dos solos de cervezas y no tenemos que preocuparnos por esto.
—Verónica me las va a pagar —le susurré.
—Como te oiga decirle Verónica en vez de Vero va a saber que algo te pasa… disimula… te lo pido por mis niños —dijo con tono de burla y entre risas.
—¿Qué tramáis vosotros dos cuchicheando? Espero que no sea tema de trabajo que hoy es sábado y toca relax.
—Para nada Verón…—Pedro me dio una patada con el pie—, Vero —traté de disimular—. Estamos hablando de cuanto han crecido los niños.
—¿A que sí? ¡Están enormes! Y parece que hace dos días que iban a la guardería.
Los niños jugaban al pilla-pilla cerca de unos jardines mientras su madre los vigilaba atentamente para no perderlos de vista.
—Mira, por allí viene la amiga de mi mujer.
¡Venga, no me jodas!, exclamé dentro de mi cabeza.
Aquella mujer que venía hacia nosotros con paso firme y decidido, traía un vestido ultra corto y ceñido de color fucsia brillante que con el sol de la tarde lo parecía aún más. Lo adornaba con un cinturón negro anchísimo y una hebilla dorada también extremadamente grande.
Su cabello rubio platino, casi blanco y muy largo apenas contrastaba con el color de su piel totalmente cardado y muy voluminoso.
Unas botas de media caña negras que llegaban justo por debajo de sus rodillas y un par de complementos más como gafas oscuras y grandes, medias negras con costura posterior, amplios pendientes de aro y uñas pintadas en color brillante, aunque no recuerdo cual.
—Vero, por ahí viene Isabel.
—¡Tío, es una choni! —le dije a Pedro en voz baja.
—No, no lo es… nunca la había visto así vestida, la verdad.
—¡TÍO! ¡ES UNA CHONI!
—Baja la voz, Andrés que te va a oír.
—Tío… es…una…c-h-o-n-i.
—¿Qué problema hay?
—Que son mi puta debilidad…
Pedro se quedó callado por un momento y se echó a reír de forma escandalosa mientras echaba su brazo por encima de mi hombro y me zarandeaba violentamente de un lado a otro, alternando esos movimientos con sonoros manotazos en mi espalda.
—JAJAJAJAJA… ¡Mira qué cara se te ha quedado! No me lo creo.
—Choni… choni… choni… —repetía yo una y otra vez ya a modo de broma intentado poner cara de embobado— uffff una choni malaguita. ¿Cómo la tengo que llamar, Isabel o La Isa?
Pedro ya no podía para de reír y casi espurrea el café que intentaba beber cogiendo rápidamente una servilleta y poniéndosela en la boca.
Mientras, Vero e Isabel dejaban de abrazarse se dirigieron hacia la mesa donde estábamos sentados:
—¡Hola Isabel! —saludó Pedro efusivamente mientras se ponía de pie y le daba un abrazo y dos besos—. Este es mi amigo Andrés… trabajamos juntos.
Isabel se quitó las gafas y me miró con sus dos enormes ojos marrones maquillados de una forma casi ridícula. Olía muy bien y el perfume suave y delicado que llevaba no me pegaba para nada con su vestimenta ni estilo.
—Encantada, yo soy Isabel. Mucho gusto —se presentó mientras nos dábamos dos besos y un poco de su pelo se enganchó en mi barba de 5 días.
Enseguida noté una especie de empujón en mi pierna y un roce extraño. Al mirar hacia abajo vi a un perro de raza Jack Russell de color blanco con manchas marrones que daba pequeños brincos intentando saludar. Tenía la lengua fuera y una cara muy simpática.
—¡Pero bueno! ¿Tú de dónde sales?
Me agaché en cuclillas y mientas acercaba mi mano para acariciarlo el perro se tumbó boca arriba con las patas encogidas y un movimiento de cola excesivo, señal de que quería más.
Lo acaricié efusivamente pasando mis manos por su pecho, barriga y cara a modo de juego y este intentaba morderme cariñosamente.
Alcé los ojos por un momento y las piernas de Isabel quedaron frente a mí, viendo sus anchos muslos. Debajo de la falda, por llamarla de alguna manera, se asomaban unos pantalones muy cortos de licra negra y eso me resultó raro.
Mientras volvía a incorporarme, Isabel no dejaba de observarme y cuando nuestras caras se quedaron a la misma altura, sus ojos se clavaron en los míos con el rostro un tanto desconcertado.
—Si me lo cuentan no me lo creo. Ron —era el nombre del perro— no ha hecho eso nunca con nadie a excepción de mi padre y le costó semanas llegar a acariciarlo ¿Tienes perro?
—No —contesté algo seco—, pero me encantan.
—Pues si le has caído bien a mí también. Los animales tienen instinto a la hora de filtrar personas.
Isabel cada vez me descuadraba más. Su forma de actuar, de ser y hablar, aunque habíamos intercambiado pocas palabras, cada vez más distaban de conjuntarse con su estilo exterior. Siempre he sido una persona que casi nunca ha juzgado un libro por su tapa ya que cuando lo había hecho siempre me había equivocado.
Me volví a agachar y seguí jugando un rato más con él mientras todos se sentaban en la mesa a la vez que el camarero se acercaba a tomar nota.
—¿Qué quieres tomar tú, Andrés?
—Café con leche fría y tarta de almendras —dije en tono fuerte.
—¿Y tú, Isabel?
—Te negro con leche.
Otra cosa más que no encajaba.
Una vez sentados en la mesa con lo que habíamos pedido por delante Vero preguntó.
—Bueno, Isabel… ¿Me vas a decir por qué coño traes esas pintas de choni? —Pedro empezó a reír fuertemente.
—¿Qué? ¿Es que no te gusta mi nuevo look? —contesto también riéndose mientras se levantaba y ponía las manos en sus prominentes caderas a modo de modelo —¿Por qué te ríes así, Pedro?
—Es que… jajajajaj… Andrés y yo… —lo miré seriamente— antes hemos pensando que no sabíamos si llamarte Isabel o La Isa.
Enseguida ella se echó a reír a carcajadas tapándose la boca con una mano mientras se le entornaban los ojos al hacerlo.
—Jajajajaja ¡Vaya dos capullos! Bueno, que sepáis que vengo de mi escuela de teatro donde estamos preparando una obra de producción propia. En ella hago de eso mismo, de choni que además vende droga.
—Pues la caracterización es inmejorable —le dijo Vero mientras tocaba el vestido—… si vieras cómo te ha mirado casi todo el mundo en la plaza jajajaj-
—Sí, normalmente me cambio en la escuela, pero se me ha hecho algo tarde y como tengo menos vergüenza que un político, pues me he venido así.
Poco a poco iba cuadrando todo.
—¡Vaya chasco! ¿No, Andrés? —dijo Pedro mientras lo miraba seriamente de nuevo.
—¿Chasco por qué? —preguntó Isabel cortando un trozo de su porción de tarta llevándoselo a la boca.
—Nada, cosas nuestras —intentó disimular Pedro sin conseguirlo.
—Le dije a Pedro cuando apareciste —dije con todo calmado y tono serio intentando explicarme y con la mirada gacha— que contrariamente al tipo de mujeres que me suelen llamar la atención las chonis son mi debilidad… pero no tengo ni idea de por qué.
A Pedro le cambió la cara quedándole una expresión de asombro mientras que Vero sonreía abiertamente.
—Bueno es saberlo —contestó Isabel mientras yo intuía que me miraba.
En ese momento dando un gran salto, Ron se subió encima de mis piernas y cuando Isabel fue a corregirlo, le insté a que no lo hiciera.
—¿Así que no tienes una mami choni? ¡Menos mal! —le decía mientras lo acariciaba.
Los niños llamaban a Ron para seguir jugando con él y el perro salió corriendo de nuevo hacia donde ellos estaban.
Entré a la cafetería y pedí un poco de agua para el perro al que ya se veía un poco cansado. Un detalle por parte del negocio tener bebederos para los animales.
Llevé el agua fuera y lo puse en el suelo.
—Gracias. Se nota que te gustan los animales. Eso es algo que aprecio en la gente.
—De nada — conteste de forma áspera una vez más mientras acariciaba a Ron de nuevo.
La tarde se nos pasó volando y la verdad es que lo que empezó con algo cómico terminó siendo bastante interesante a nivel intelectual sobre todo cuando empezamos a hablar sobre lectura. Descubrimos que los 4 éramos muy asiduos a las novelas de misterio y que nos gustaba cierto tipo de arte similar.
Cuando terminamos la velada propusimos irnos a cenar pero como a mí no me apetecía, dije que mejor otro día y que andaba cansado.
—…además, con Isabel vestida así no nos van a dejar entrar a ningún lado que sea medianamente decente.
Nos reímos todos con el comentario de Pedro.
—Bueno, yo me voy que tengo el coche en el parking de la Plaza de La Marina ¿Y vosotros?
—Nosotros vamos a casa directamente —contestó Vero—. Mi madre dice que le dejemos a los trastos allí y que se queden a dormir… así que esta noche… carricoche. Dijo Vero dando un azote en el culo de Pedro.
—Yo también tengo el coche en el parking de La Marina, así que me bajo contigo si no te importa —dijo Isabel mientras cogía su bolso rosa chicle—… al no ser que te importe que te vean con la choni más famosa de Málaga.
Volvimos a reír todos mientras yo acariciaba de nuevo a Ron.
—¿Qué dices, Ron? ¿Dejamos que tu dueña se venga con nosotros? —Ron ladró pareciendo entender lo que le preguntaba— ¿Eso es un sí o un no? No he conseguido entenderlo bien.
—Eso es que sí, si quiere una chuche esta noche ¿A que sí, Ron? —dijo Isabel.
Salimos hacia la Calle Larios que bajaba llena de gente como suele ser habitual. Los dos caminábamos a un paso lento sin hablar y sin mirarnos.
Pasamos por la puerta de Casa Mira y me quedé mirando la enorme cola de gente que había, esperando para tomar un helado.
—¿Te gusta el helado? Te invito a uno…—me dijo Isabel titubeando.
—Es de las cosas que más me gustan, pero mejor otro día.
—¿Más que las chonis? —dijo a modo de broma—. Oye… perdona que sea tan directa, pero has estado toda la tarde bastante…no sé cómo decirlo…
—¿Serio?
—Serio no, borde.
—Lo siento, no tiene nada que ver contigo, Isabel.
—Lo sé… bueno… no lo sé, lo supongo.
—Pues no te lo tomes como algo personal… digamos que ahora mismo no estoy en mi mejor momento, ni personal ni social.
—A todos nos pasa … no hay problema.
—Siento haberte dado esa sensación, no soy así habitualmente.
—No he dicho eso, he dicho que te has comportado así y eso no quiere decir que lo seas … de hecho Vero me dijo que eras un tío divertido y…
Se me cambió la cara y no pude esconder mi parte de enfado por haber perpetrado aquel encuentro entre ambos
—Ya…Verónica
—¿Qué pasa? He dicho su nombre y has vuelto a poner cara seria. Y si la has llamado por su nombre completo es que, o no la conoces, o la conoces y estás enfadado con ella.
—Más bien lo segundo… Vero sabe que no me gusta que me “apañen encuentros” con amigas… y mira… aquí estamos los dos solos.
—Estás equivocado.
—¿Por qué? —pregunté extrañado.
—¿Cuándo habías quedado tú con Pedro y con ella?
—Pues creo que la semana pasada —contesté.
—Pues yo me he acoplado esta mañana y de improviso… así que no saques conclusiones. Lo de que eres un tío divertido me lo dijo esta mañana cuando hablamos y me dijo que vendría un amigo. Yo le pregunté si le conocía porque soy un desastre con los nombres y con las caras y me dijo que no.
—En fin… que he pensado mal y me he equivocado, ¿no?
—Eso parece… y solo por eso —dijo mientras andaba hacia el local de la heladería —el helado lo vas a pagar tú.
Isabel cada vez se volvía más interesante para mí y pensé: ¿Hasta qué punto puedes equivocarte con alguien por juzgar a la ligera?
Lo había hecho con Vero por imaginar cosas que no eran y lo había hecho con Isabel por ver su vestimenta nada más llegar.
Y esta, amigos, fue una de las lecciones más grandes que he aprendido en la vida: que las cosas no son siempre lo que parecen. Por eso desde entonces intenté no volver a juzgar de primeras a nadie, y hasta la fecha lo llevo bastante a rajatabla.
—Oye ¿Qué es eso de que las chonis somos —dijo haciendo el símbolo de las comillas con los dedos— tu debilidad?
—Bueno… —me eché a reír— no sé… es como a que veo a alguien vestida como una choni y me atrae en cierto modo sin saber por qué.
—Una especie de filia, ¿no?
—Algo así, sí —dije mientras comía un poco de helado de turrón—, pero no tan fuerte. Cuando uno era joven y guapo y salía de fiesta por ahí, siempre me quedaba mirando a cualquier chica que vistiera, así como estás tú ahora vestida.
—¡Calla, calla! Que no veas que vergüenza estoy pasando… la gente se me queda mirando. No he sido consciente hasta que nos hemos levantado de la cafetería
—¡POR QUÉ NO PUEDES VESTIR COMO UNA MUJER NORMAL! —grité a voces mientras íbamos de nuevo andando por Calle Larios y todo el mundo se quedaba mirando.
La cara de Isabel era un poema, pero tonto de mí al no recordar que hacía teatro y que vergüenza en público tenía más bien poca.
—¡POR QUE SIEMPRE DICES QUE TE PONEN LAS CHONIS COMO YO!
La gente se reía más por vergüenza que por otra cosa, pero a mí me pareció divertidísimo:
—Me lo he merecido por querer hacerme el gracioso.
—No tienes por qué compensar tus borderías de hoy, Andrés. No pasa nada, de verdad.
Nos reímos y seguimos andando calle abajo hasta llegar al parking.
—Bueno ¿Dónde tienes tu coche?
—Por allí —señaló con el dedo casi en dirección opuesta al mío.
—Ah genial, el mío está ahí. Aquí nos despedimos entonces.
Le di dos besos y su perfume que aún duraba en ella volvió a llenarme las fosas nasales.
Cuando me subí al coche la volví a mirar por el espejo retrovisor. Esta vez la vi de espaldas y tenía un culo preciosamente grande al que llegaba su pelo. Andaba ahora con un garbo impropio de una choni y me sorprendí a mí mismo riéndome.
Me dirigí a la salida en la cual había una cola bastante grande. Casi diez minutos tardé en llegar a la barrera y justo cuando se abrió vi a Isabel por el espejo retrovisor a lo lejos apoyada en el capó del coche con unos papeles encima de este hablando por teléfono. Parecía algo nerviosa.
Ya tenía que salir, aunque pensé que no sería nada, pero me quedé algo preocupado así que me dirigí hacia la rotonda de Manuel Heredia, di la vuelta y me volví a meter en el parking.
Busqué a Isabel y la encontré en el mismo sitio. Paré a su lado con las ventanillas bajadas mientras que gritaba a alguien por teléfono
—¿Cómo que hoy es imposible? …Un momento —dijo cuando me vio de nuevo.
Era el momento de una de mis bromas burras… ¿qué podía salir mal con alguien que hacía teatro?
—Hola ¿Cuánto cobras, choni?
Isabel esbozó una sonrisa amplia que casi le hizo reír abiertamente. Levantó la mano mientras señalaba el móvil haciéndome entender que estaba en una conversación importante.
Por lo que entendí cuando bajé del coche es que el suyo se había averiado y no. Hablaba con el seguro para que una grúa lo recogiera y según le decían eso no iba a poder ser hasta el siguiente día.
—¿Me dejas hablar con él? —Le dije articulando mucho los labios, pero sin producir sonido para que me entendiera.
El cabreo que tenía era evidente.
—¿Hola? Soy El Johnny, el novio de La Isa —dije aguantándome la risa.
Isabel se tapaba la boca para no reírse mientras Ron se apoyaba en mi pierna pidiendo cariño de nuevo con la boca fuera. Lo volvía a acariciar mientras seguía con el teléfono en la oreja.
Yo había hojeado la póliza del seguro anteriormente mientras ella hablaba con su compañía y vi lo que tenía contratado.
—Mire usted —dije intentando poner acento de chungo, cosa que no conseguí—, La Isa tiene contratado un seguro en el que pone que los gastos derivados de un siniestro o avería serán cubiertos y abonados por la compañía siempre que se presente la factura.
»Por eso mañana, o el día que sea, cuando vengan a retirar el coche le pediré al parking una factura de todas las horas al igual que al señor que nos va a llevar ahora en taxi a casa. Se la haremos llegar y espero que nos la abonen sin poner pegas, porque si no estarían incumpliendo la póliza que tenemos firmada con ustedes ¿Eso lo comprende?
Desde el otro lado del teléfono se escuchó un simple De acuerdo.
—Además, quiero que me mande por email la transcripción y acuse de esta llamada que acabamos de mantener. ¿Cuál es su nombre?
—Andrés Galeano.
—Muy bien, Andrés —pobre tocayo, pensé—. Gracias por todo —terminé diciendo antes de colgar.
—Vaya, en menos de 2 minutos. ¿No estarás intentando impresionarme?
—Jajajaj que va, que va. Solo que en mi trabajo tengo que tratar con seguros y tengo bastante experiencia en cómo funcionan.
—Muy bien, Johnny.
—Bueno, ya has oído, ¿no? Cuando vengan a retirar tu coche pide factura en la garita del parking… y la del taxi te la ahorras que te llevo a casa.
—No hace falta, de verdad.
—Venga, no te vayas a cortar ahora, Isa.
Sonrío y nos dirigimos hacia mi coche. Cuando llegamos Isabel se subió delante y a Ron lo puse en el asiento trasero enganchando su correa a una sujeción que había en el coche especial para los perros. Había atado muchas veces a Puppy, el caniche de mis padres. Ron se quedó completamente tranquilo en el asiento todo el viaje.
Durante el camino hacia la casa de Isabel en Rincón de La Victoria, fuimos hablando conociéndonos un poco más.
Me preguntó abiertamente por qué ese día fui así de borde en general y le conté mi situación actual y de cómo me encontraba. Estaba muy cómodo hablando con ella.
—… y eso es todo.
—Te comprendo perfectamente. Hace algunos años yo estuve igual. Necesitamos tiempo para encontrar el equilibrio con nosotros mismos.
Esas palabras me gustaron mucho.
—Así es. Me apunto esa expresión para usarla.
—Tuya es —me dijo mientras nos mirábamos y nos sonreíamos.
—¿Quieres cenar conmigo en casa?
—No sé, Isabel. Quizá no sea buena compañía por ahora.
—¿Qué pasa? ¿Crees que una choni de mi categoría no va a saber cocinar?
Ron ladró en la parte de atrás. Lo miré y volvió a ladrar.
—No sé si tu perro dice que no lo haga y que huya o por el contrario dice que cocinas bien.
—Tú mismo. Pero te vas a perder el espectáculo de ver lo bien que uso el teléfono para pedir comida —nos reímos mientras Ron seguía ladrando.
—Bueno, pero tengo una condición…
—No, no vas a pagar tú que bastante has hecho ya hoy por m…
—No —la interrumpí—. No es eso… solo me quedaré si te dejas la ropa de choni puesta.
Rompimos a reír de nuevo y Ron a ladrar más escandalosamente que antes pareciendo entender nuestra conversación.
—Venga jajajaja… no me jodas, Andrés. ¿Tú sabes lo incómoda que son estas medias?
—Me lo imagino… pero tienen raya por detrás… eso es tan…
—Bueno, pero solo un ratito.
Solo hasta que te la quite yo, pensé sin darme cuenta.
¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba mi desgana de coquetear e intimar con una mujer que llevaba sufriendo meses?
Llegamos a su casa. Era un chalet independiente de dos plantas en la parte más alta de la urbanización. Las vistas al mar eran impresionantes.
Cuando entramos observé una casa muy parecida a la mía en lo que a orden y estética se refiere y me sentí enseguida bastante a gusto.
—Estás en tu casa. Haz lo que quieras mientras me doy una ducha y me quito toda la parafernalia choni.
—¿Te parece que vaya pidiendo la cena?
—¡Eso estaría genial!
—¿Qué te apetece?
Decidimos que algo italiano: pasta y pizza. Además, pedimos un par de raciones de tiramisú de postre.
Mientras Isabel terminaba de ducharse la cena llegó y la serví encima de la enorme mesa del amplio salón. Busqué vasos y servilletas en la cocina además de los cubiertos resultándome muy fácil encontrar las cosas ya que todo estaba donde yo lo habría puesto.
Me senté en el sofá y Ron de nuevo se subió encima de mí pidiendo caricias incondicionales.
—Ya estoy —se escuchó una voz desde el otro lado del salón.
Ron salió disparado y se acomodó en su cama mientras yo me ponía de pie.
—Menos mal, se estaba enfriando la cen…
Cuando miré a Isabel me quedé absolutamente embobado.
Después de ducharse se había vuelto a arreglar y maquillar como una choni, pero aún más exageradamente.
Se había hecho una coleta alta y lateral muy llamativa dejando caer su pelo rubio por encima de uno de sus hombros que estaban al descubierto gracias al vestido azul extremadamente ceñido que se había puesto. El escote de este era amplio y casi le llegaba al ombligo dejando ver sus pechos en gran parte.
La falda era tan corta que literalmente no dejaba apenas nada a la imaginación y por debajo asomaba un atisbo de color rojo que intuí era la ropa interior.
En sus piernas unas medias de rejilla negra que llegaban a unas zapatillas deportivas de leopardo con una plataforma de 4 ó 5 dedos de altura.
Un maquillaje con un eyeline exagerado, unos coloretes muy vivos, unos labios extremadamente rojos y brillantes ponían la guinda del pastel.
—¿Qué? ¿Voy bien para ir a cenar al restaurante de lujo?
Tenía muchas ganas de reír abiertamente, pero por mi cabeza solo pasaban pensamientos que hacía meses que no tenía, no sabía si era buena señal o no, pero, en fin, ahí estaban.
Me acerqué y caminando la rodeé mirándola de arriba abajo.
—No sé si reír… o follar… DIGO LLORAR…. Quería decir llorar… pero de alegría.
Isabel se rio y se acercó a mí y nuestras caras se quedaron extremadamente cerca. Podía sentir su respiración y aquel perfume tan delicioso de nuevo.
—¿Me besas?
Y eso hice… juntamos nuestro labios y allí me quedé inmóvil, quieto, esperando que ella hiciera algo.
Enseguida sus manos pasaron por detrás de mi cabeza sujetándola con fuerza mientras su lengua empezó a recorrer mis labios. Sabía a fresa por el brillo labial que se había puesto.
La intensidad de aquel beso subía y mis suspiros también.
Pasé mis manos alrededor de sus anchas caderas y empecé a acariciarlas siguiendo sus preciosas y amplias curvas hasta llegar a su culo en el que me entretuve un buen rato. Seguí bajando y enseguida llegué a sus piernas las cuales eran suaves en contraste con la rejilla de las medias.
Notaba sus tetas. Eran duras y sus pezones se clavaban en mí pecho produciéndome ese cosquilleo en la entrepierna que hacía meses que no tenía.
Isabel se retiró y me miró.
—Tranquilo —parece que sabía lo que estaba pensando—, te trataré bien.
Me cogió de la mano y empezamos a andar hacia su dormitorio. Conforme nos dirigíamos allí, Ron ladró.
—Tú ahí —le dijo Isabel.
Miré a Ron y le guiñé un ojo. Por un segundo os juro que pareció que me sonreía mientras se recostaba de nuevo en su cama perruna.
Isabel iba delante de mí y yo seguía sus lentos pasos todavía cogido de su mano. A mitad camino se paró y me volvió a besar, esta vez metiendo su lengua completamente en mi boca provocando un gran ir y venir de saliva.
La empujé suavemente pero con decisión contra una de las paredes y mi mano levantó su pierna con la que me abrazó a la altura de mi culo.
Mi otra mano ya estaba acariciando su cuello y bajaban hacia sus redondas tetas apretándolas con ansia y cada vez que lo hacía un gemido salía de ente los labios de Isabel.
Mi polla estaba dura y empecé a rozarla contra ella.
Ella se dio la vuelta apoyándose contra la pared levantando su culo. Intuí que quería que ahora me rozara con él y así lo hice. Mientras, le mordía con suavidad unos de sus hombros.
Sus caderas empezaron a subir y bajar y notaba su entrepierna extremadamente caliente a través de mis pantalones que ya me estaban empezando a estorbar.
De nuevo agarré fuertemente sus caderas. Las acariciaba y apretaba para que fuese más intenso y en uno de esos movimientos de vaivén le quité el tanga rojo que había visto antes cuando estábamos en el salón.
Isabel bajó la mano hasta mi polla y empezó a frotarla con mimo. Abrió la cremallera del pantalón vaquero y alivió un poco la presión. Enseguida la sacó y empezó a pajearme.
—No te pases que estoy desentrenado y así vas a hacer que acabe enseguida.
—¿Y qué problema hay?
—Ninguno —dije—, pero si me corro tardaré en recuperarme.
—Tranquilo, con lo que tendrás guardado seguro que enseguida estás ready otra vez.
—Ya lo veremos.
Al oír eso, Isabel empezó a pajearme con más fuerza. Las fuertes respiraciones de ambos llenaban el pasillo.
—Para… para por favor… que me corro aquí mismo —le dije mientras sacaba mis manos de su dentro de su vestido que habían estado masajeando sus tetas.
Se dio la vuelta mientras me seguía mirando y sin quitarme ojo, sonrió.
Volvió a darme la mano mientras retomábamos el camino al dormitorio. Yo iba con la polla fuera, me di cuenta de la situación y me pareció algo cómica.
Una vez llegamos su amplio dormitorio, Isabel me puso delante de la cama y me empujó suavemente. Me dejé caer.
Ella se arrodilló mientras terminaba de quitarse aquellas enormes plataformas y mientras me separaba las piernas empezó a besarme la polla y a masajearla suavemente.
Se la metía en la boca y enseguida la volvía a sacar masturbándome con la yema de los dedos mientras con la otra mano intentaba desabrochar el cinturón de mi pantalón. Intenté ayudarla, pero enseguida me apartó las manos.
—Quieto, Johnny. Deja que La Isa se ocupe de ti.
Me reí e Isabel también.
Le hice caso y me relajé. En pocos segundos mi cinturón, mi pantalón y mi ropa interior habían salido volando acabando en un rincón del dormitorio.
Isabel empezó a hacerme una mamada muy lenta y suave. De vez en cuando su lengua jugaba mi polla y cada vez que se la sacaba de la boca notaba con la saliva resbalando hasta mis piernas. Quise acariciarle el pelo y cogerla de esa coleta tan sexy que se había hecho pero una vez más no me dejó.
—¿Qué te he dicho? —dijo con tono serio—. Si quieres algo lo pides.
Me incorporé un poco apoyando mis codos y antebrazos sobre la cama y observé con detalle su forma de comerme la polla.
—Quiero cogerte de la coleta, por favor.
Enseguida Isabel cogió mi mano y la acercó a su cabeza, instándome a agarrarla mientras yo acompañaba sus leves movimientos.
Me senté del todo en el borde de la cama con las piernas muy abiertas intentando moverme lo menos posible para dejarla hacer tal y como me había pedido.
—¿Puedes lamerme lo huevos?
—Por supuesto.
Isabel se sacó mi polla de la boca y empezó a bajar su lengua hasta llegar a ellos. Estaban completamente mojados. Con su mano seguía masturbándome mientras alternaba amplias lamidas desde arriba abajo y a la inversa. Cuando llegaba a la zona del perineo yo suspiraba intensamente.
Al darse cuenta de eso, Isabel me agarró de las piernas haciendo que me tumbara de nuevo en la cama y alzándolas me hizo flexionarlas. Empezó a hacer amplias lamidas desde mi culo hasta el glande de mi polla. Cuando se centraba en un delicado y placentero beso negro, con la mano seguía pajeándome. Su lengua era suave y me dejaba un mundo de sensaciones en aquella zona.
—¡Para! ¡Que me corro!
—¿Dónde quieres hacerlo?
—Ya te lo diré, pero no quiero todavía.
—Creo que lo mejor es que te corras ya.
—No quiero.
—¿Y qué quieres?
—Tu coño, en mi boca… ¡YA! …Por favor.
Sin decir nada más, Isabel se incorporó, se puso de pie frente a mí y me besó. Mientras lo hacía puso su mano sobre mis pecho y empezó a empujarme suavemente hacia atrás indicando que recostara sobre la cama y así lo hice.
Gateando casi sobre mí fue acercándome su entrepierna a mi boca y cuando estaba lo bastante cerca se puso a horcajadas sobre mí cabeza, pero sin dejar caer del todo sus caderas.
Bajaba muy poco a poco y cuando mi lengua llegaba a rozar su entrepierna Isabel se levantaba de nuevo y me miraba sonriendo.
Volvía a bajar y cuando por fin podía empezar a saborear su coño, otra vez subía.
Por un lado, me desesperaba, pero por otro me encantaba esa sensación de no poder alcanzar lo que quería.
—Necesito saborearte ahora —le dije con un tono que sonó algo desesperado.
Ella separó aún más su coño de mi boca y acercó su mano a mi cara. La acarició. Acto seguido se metió dos de sus dedos dentro y noté como algunas gotas de sus fluidos caían sobre mí.
Se estuvo masturbando un rato sobre mis labios, primero lentamente y después a un ritmo bastante más rápido. Podía notar su olor ácido y limpio además del calor que desprendía su entrepierna.
Isabel se reincorporó un poco poniéndose de cuclillas y cuando se sacó lo dedos del coño, me los metió en la boca.
—Toma, prueba a ver si te gusta.
Mi lengua empezó a enredarse entre sus dedos intentando saborear cada ínfima partícula de su sabor y mi boca poco a poco se fue haciendo agua.
Estaba jodidamente deliciosa.
Isabel volvía a meterse cada poco tiempo los dedos, los volvía a mojar y de nuevo los introducía en mi boca buscando mi lengua. Una de esas veces, sin yo esperármelo se dejó caer y su coño acabó encima de mi boca.
Ella, inmóvil, jadeaba muy fuerte mientras yo dejaba salir la lengua entre mis labios para intentar volver a tener su sabor en mi boca.
—¿Qué quieres que haga ahora?
Agarré su culo con mis manos y apreté sus caderas contra mi cara y con su coño en mis labios dije como pude: Fóllame la boca.
Isabel deslizó sus dos manos por debajo de mi cabeza que estaba apoyada sobre la cama apretándola contra ella. Mi boca se abrió y su coño entró en ella.
Se quedó quieta un instante. Solo se escuchaban sus jadeos y sus suspiros. Desde mi posición podía ver como su barriga se hinchaba y se deshinchaba con cada respiración. Sus ojos se clavaron en mí fijamente y no perdían detalle.
—Saca la lengua.
Lo hice e Isabel comenzó a realizar un vaivén de caderas lentamente donde cara milímetro de su chorreante coño rozaba cada papila de mi lengua.
El ritmo del contoneo pronto empezó a subir y los jadeos eran cada vez más fuertes.
El olor de su entrepierna inundaba mi nariz y además de notar como mi cara se mojaba cada vez más ya que la excitación subía.
Agarré con más fuerzas sus caderas y abriendo la boca todo lo que pude succioné con fuerza encerrando su clítoris entre mis labios.
—¡Hijo de puta! —gritó, pero lejos de parar el ritmo subió de intensidad, pero esta vez con movimientos más cortos para que su clítoris se quedase dentro de mi boca—. Chupa más fuerte, ¡MÁS!
Me dolían los labios, pero solo de escuchar el tono con el que me lo pidió, mezcla de placer y desesperación, más me esforcé.
—¡Dios, me corro! —gritó Isabel intentándose levantar.
Enseguida la agarré de sus caderas y la apreté contra mí para que no pudiera escaparse. Subí la fuerza de la succión y sus gritos se desbocaron.
—¡Para, cabrón! ¡Para, que no puedo más! —gemía mientras intentaba quitarse, pero viendo que no la iba a dejar se dejó ir.
Las convulsiones de su orgasmo empezaron en sus caderas y pronto se dejaron sentir en todo su cuerpo. Desde mi posición podía ver cómo una de las manos, que se había soltado de mi cuello, acariciaba una de sus tetas rozando y pellizcándose el pezón y los últimos coletazos de placer se dejaron notar con unas cuantas sacudidas más violentas de sus caderas. Cuando sus gritos y jadeos cesaron solo se escuchaba el ruido de mi lengua al lamerle.
—Perdona, no lo he podid…
—¿Cómo que perdona? —la interrumpí—. ¡Tiene la obligación… moral … Y SEXUAL …de ponerme el coño en la boca cuando vayas a correrte —Isabel me miraba fijamente a los ojos con cara de incrédula—. Como no lo hagas te castigaré.
Me sonrió, secó mis labios con sus dedos y nos besamos tierna y largamente mientras se dejaba caer recostándose a mi lado.
Mientras lo hacíamos acariciábamos nuestros cuerpos y manteníamos una suave pelea con nuestras lenguas que denotaba el grado de tranquilidad por su parte y las ganas por la mía.
—Hacía mucho que no me corría así —me dijo mientras me miraba a la cara. Algunos de sus dedos rozaban mi entrepierna a modo de caricia.
—Yo me alegro de haber estado presente —le dije con tono orgulloso y burlón—. Estos eventos son a los que uno le gusta ir, no a los bautizos, comuniones o a quedar para tomar café con chonis.
Isabel se rio y vi que poco a poco me iba masturbando con más intensidad y mi polla volvía a estar bien dura entre sus manos.
—A ver si consigo ahora correrme con esta —medio susurró mientras dejaba caer un hilo de saliva sobre su mano que fue enseguida a parar de nuevo a mi polla.
Se puso de pie e hizo yo también lo hiciera.
—Ven. Siéntate aquí, en el suelo, sobre la alfombra —me ordenó.
Isabel se quedó de pie y poco a poco fue bajando y flexionando sus rodillas hasta que mi polla sintió el calor de su coño ahora apoyado contra ella. Entró poco a poco mientras un ligero gemido salió del fondo de su garganta.
—ASÍ —dijo con la voz temblorosa mientras subía y volvía a bajar muy lentamente y mi polla volvía a desaparecer dentro de su coño— así, que resbale. Déjame a mí por favor.
Tuve intención de empezar a moverme, pero luché contra mis impulsos y me quedé quieto.
Isabel seguía bajando y subiendo muy lentamente y cada vez que mi polla entraba completamente en ella se quedaba quieta.
Nuestras caras estaban muy cerca mientras permanecíamos abrazados. Nos mirábamos a los ojos fijamente y sentíamos nuestras respiraciones mutuas,
Poco a poco Isabel fue subiendo el ritmo que aun así no dejaba de ser pausado.
—¡Qué bien, joder! —susurraba yo.
—Agárrame el culo fuete —me volvió a ordenar—. Así, más fuerte. Aprieta fuerte.
—¡Así! ¡Cómo me gusta! —pensé que le haría daño pero no.
El subir y bajar de Isabel ya tenía un ritmo considerable y los golpes secos a la vez que húmedos de nuestras entrepiernas se empezaron a escuchar en la habitación.
Enseguida noté como mi polla se ensanchaba y la sensación previa a correrme me puso la carne de gallina.
—Me voy a correr —le susurré como pude.
Isabel al escucharlo se detuvo se quedó completamente quieta con mi polla metida completamente en su coño. Empezó a besarme tiernamente y de vez en cuando recorría mis labios con la punta de su lengua. Era muy suave.
Al rato empezó a mover un lentamente sus caderas evitando que mi polla se saliese de dentro de ella.
—¿Se te han pasado las ganas de correrte?
—Un… un poco —le contesté jadeando.
—Vale —me dijo mientras el movimiento de subibaja comenzaba de nuevo a un ritmo casi imperceptible.
Otra vez la velocidad comenzó a subir, pero era tal la sobrexcitación que la sensación de eyacular volvió.
—Uf, me corro, Isabel.
De un movimiento rápido se la sacó y se incorporó. Mientras yo quedaba sentado en el suelo ella estaba allí de pie delante de mí. Se masturbaba con una mano mientras que con la otra me acariciaba la cabeza. Con su dedo pulgar recorría mis labios.
Alargué el brazo intentando acariciar sus caderas mientras con la otra me masturbaba muy suavemente la polla aún sensible.
—No, Andrés. Te he dicho que me pidas lo que necesites.
Jadeaba tanto que solo pude decir:
—Tu coño… en mi boca… ya, por favor.
Isabel dio un paso hacia adelante y una de sus piernas se acomodó encima de mi hombro, casi abrazando mi cuello. Al ir a coger su culo para volver a acercarla contra mí negó con la cabeza y yo lo entendí:
—Apriétalo contra mí —dije.
Ella sonrió y aquellos ojos con aquel exagerado eyeliner sonrieron junto a sus labios.
Enseguida sus caderas, con intensos movimientos de vaivén, empezó a rozarse contra mi boca mientras sus jadeos crecían cada vez más. Noté como su entrepierna comenzaba a temblar y se retiró, dejando mi boca y mi barbilla unidas por un fino hilo de su humedad.
—No, que si no me voy a correr.
Dobló de nuevo sus rodillas sentándose otra vez sobre mi polla repitiendo lo mismo que la vez anterior: Subidas y bajadas extremadamente lentas que poco a poco fueron incrementando la intensidad.
Los jadeos por mi parte pasaron a ser gemidos y palabras que casi no se entendían. Mientras, Isabel comenzó a gritar de placer diciendo que se corría.
—Yo también me voy a correr, ya no puedo aguantar más.
—Córrete dentro, por favor… ¿me vas a llenar de leche? ¿Sí?
—No puedo más, me corro, ME CORRO YA…
Sus caderas subían y bajaban a un ritmo frenético mientras mi polla entraba y salía a toda velocidad de su coño tal y como se podía intuir de los sonidos tan húmedos que surgían de nuestras entrepiernas.
Después de tantos meses sin correrme, un grandísimo chorro de semen salió de mi polla mientras Isabel no paraba de gritar.
—¡Joder! ¡Qué caliente, nene!
Con cada embestida que daba, más y más líquido eyaculaba hasta el punto de que empezó a salirse y a derramarse.
—Así, así… cuanta leche, me encanta —gritaba mientras seguía subiendo y bajando a toda velocidad—. Deja que salga toda.
Aquel sonido tan húmedo me encantaba y la sensación de su coño inundado con mi leche mientras mi polla seguía entrando y saliendo resbalando tantísimo, hacía que más y más lefa saliera por todos lados.
Una sensación de hipersensibilidad recorrió mi polla. Yo abrazaba el torso de Isabel para que bajase el ritmo ya que casi no podía soportarlo.
Poco a poco se quedó quieta con mi rabo dentro mucho menos duro debido al orgasmo tan intenso, pero abundantes chorros de esperma seguían saliendo de ella y me mojaban las piernas.
—Joder, Andrés. Menuda corrida ¿Cuánto llevabas sin follar?
—Ya te lo dije, casi 5 meses.
—¿Tampoco te has masturbado?
—No —dije casi avergonzado sin saber por qué.
—Jajajajaja, normal que haya tantísimo… mira…
La alfombra en la que habíamos follado estaba completamente manchada y empapada y yo no sabía casi qué decir o hacer y como no podía ser de otra manera espeté:
—Pásame la factura de la tintorería.
Isabel se rio a carcajadas mientras iba al baño. Pasados unos minutos volvió y entré yo. Me aseé y me di una ducha muy rápida.
Cuando salí La Isa volvía a estar en la cama, tumbada boca arriba y con las piernas muy abiertas. Tenía un vibrador tipo wand entre las piernas y ya jadeaba de nuevo. Me acerqué lentamente sentándome en la cama mientras empecé a acariciarle las tetas.
—Venga, que tengo que terminar de sacarte toda la leche que te queda. Hay que dejarte bien seco.
Mi polla se movió y empezó a hincharse mientras ella volvía a bajar y de nuevo empezó una deliciosa mamada.