Placer en el coche con Helena

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Cuando Helena se despidió de todos nosotros porque dejaba el trabajo fin dejamos a un lado nuestro saber estar y empezamos a follar como animales.

Siempre lo he dicho: No soy guapo, soy un hombre normal, pero sé calar rápido a la gente y tengo el don de saber de qué manera debo tratarles.

Eso sí, nunca engaño a nadie.

Prefiero decir la verdad por mucho que duela o por muy cabrón que sea el momento, antes que mentir, ya que para mentir bien hay que saber hacerlo y hay que saber mantener la mentira.

En una serie de televisión que sigo siempre dicen que la clave de una buena mentira son los detalles y yo los detalles como que los llevo un poco mal (según de qué cosas) y es por eso por lo que no recuerdo de donde era Helena, una chica de Europa del Este que limpiaba en mi oficina.

Era muy guapa. Tenía un precioso pelo castaño y unos ojos verdes que penetraban a cualquiera. Medía un metro cincuenta y siempre tenía el semblante serio de esos que denotan una vida dura y curtida. Además, su habla también era seria con un casi perfecto castellano. Nos caíamos muy bien, nos contábamos cosas, aunque nunca bromeábamos entre los dos.

Ella solía venir a la oficina sobre las 7 de la tarde, hora en la que se suponía que todos deberíamos estar en casa, pero como yo quería hacer las cosas bien, echaba más horas que un tonto en el trabajo.

Helena me contaba historias de su vida: cuándo llegó a España; por qué dejó su país de origen; los problemas con sus ex; el maltrato que había sufrido de algún cabrón… por eso siempre era muy reticente a tener amigos masculinos.

Yo era uno de ellos, pero amigos de trabajo. No habíamos quedado nunca fuera de la oficina y nunca lo habíamos propuesto, pero sabía de su vida personal más que algunas de sus mejores amigas.

—Tengo una triste noticia para ti —dijo con la cabeza agachada—. El viernes es mi último día aquí. Me han contratado para cuidar una casa y es todos los días a jornada completa. Buen sueldo y con una familia fantástica.

—¡Por fin! Me alegro mucho por ti. Ahora ya tenemos una excusa inexcusable para poder quedar fuera del trabajo —le dije mientras me sonreía agachando la cabeza.

Era de las pocas veces que la veía sonreír, en parte por mis palabras y en parte por la felicidad que se escondía detrás de sus ojos.

—Te lo mereces. Eres una curranta nata. Me alegro mucho por ti, de verdad —reiteré mientras cogía unos papeles en la fotocopiadora.

Pocas veces nos mirábamos a los ojos, no por vergüenza ni nada, sino porque la mayoría de las veces los dos nos encontrábamos haciendo cosas cada cual de su trabajo y no coincidía, pero al volverme estaba detrás de mí. Solo me acerqué y la abracé fuerte.

—En serio. Me alegro como si me hubiese pasado a mí, ya lo sabes —susurré en su oído.

Al principio Helena no devolvió el abrazo, pero viendo que mi intención era totalmente sincera en aquel momento me abrazó muy fuerte. Cuando se retiró le caían lágrimas por las mejillas. Ni le pregunté. Sabía que eran de felicidad al saber que había tenido poca lo comprendí al instante. Solo pude ofrecerle un pañuelo de papel.

—¡Ay, Helenita! Venga, que este viernes después de trabajar te espero y vamos a celebrarlo. Llama a todos tus amigos y nos vamos a cenar.

—¡VALE!

Sinceramente me sorprendió la respuesta tan rápida y positiva y sin darme cuenta llegó el viernes.

Helena como cada día limpió las instalaciones pulcramente. El jefe, de los pocos buenos que ella había conocido esperó a que llegara, se despidió, le dio las gracias por estos años de trabajo y tuvo un buen detalle económico con ella.

Le dio otro abrazo y me alegré de que lo hiciera. Le demostró la calidad como persona que tenía con respecto a nosotros.

Ahí descubrí que cualquier ser humano, por mucha coraza que quiera tener, necesita de alguna forma u otra, exteriorizar sus sentimientos tarde o temprano. Tanto buenos como malos. La famosa calidez humana.

Salió del despacho y el jefe y este se marchó despidiéndose hasta el lunes. Helena se acercó a mi mesa:

—Ya he terminado. Voy a ducharme y nos vamos.

—Perfecto —contesté—. Así me da tiempo a terminar este informe.

Veinte minutos después escuché abrirse la puerta del vestuario y Helena apareció a lo lejos.

Me quedé completamente abrumado.

Un vestido negro ceñido y bastante corto mostraba su espectacular silueta y dejaba ver unas preciosas piernas blancas. Su media melena castaña clara, casi rubia y recién arreglada se movía hacia adelante y hacia atrás con cada paso que daba.

Ella se seguía acercando y mi cara de tonto no desaparecía al no poder salir de mi asombro.

Es verdad que alguna vez le había mirado el culo mientras limpiaba, y más cuando traía uno pantalones de licra negros que le quedaban muy bien, pero no pasó de ahí; y es que no me esperaba semejante figura, semejante cuerpo escondido en aquella mirada triste.

—¿Vamos? —preguntó.

—Vamos.

Bajando en el ascensor Helena me sorprendió observándola en el espejo mientras retocaba su pelo. Se reía.

—¿Qué? ¿Nunca me habías visto de esta guisa?

Siempre me sorprendía con expresiones en castellano que ni yo solía usar. Expresiones antiguas o tan rimbombantes que ni yo las había oído.

Eso me gustaba.

—La verdad es que no. Estás guapísima… bueno, eres guapísima… siempre eres guapa… estás guapa.

—Anda, cállate que te estás metiendo en un berenjenal del que no vas a saber salir —otra expresión más de esas que me gustaban.

A mí las mujeres me han gustado siempre cuanto más naturales mejor, pero he de admitir que su maquillaje, su vestido, su peinado… todo tan sofisticado, me dejaban con la boca abierta.

Se dio la vuelta, me miró y soltó un gracias con la sonrisa más grande que nunca le vi en los labios.

Llegamos al restaurante donde quedamos con más gente para cenar. Cuál fue mi sorpresa que los únicos hombres éramos, Ramón y su pareja Antonio, además de mí. El resto eran amigas de Helena.

Nos sentamos en el lugar que habíamos reservado en el restaurante Picnic.

Una gran mesa cuadrada en una esquina del local nos sirvió para una agradable cena, conversaciones amenas y bastantes brindis con vino blanco para desearle lo mejor en su nuevo trabajo a la homenajeada.

En uno de esos choques de copas no pude evitar mirar el borde de encaje del sujetador que sobresalía levemente de su vestido ceñido. Cuando me quise dar cuenta me estaba mirando fijamente un tanto seria.

Pensé que se había enfadado me acerqué a su oído para disculparme, pero antes de poder hacerlo su mano se estaba deslizando debajo de la mesa mientras acariciaba mi pierna.

Di un brinco descomunal que mi hizo golpear la mesa con la rodilla seguido de un perdón nervioso. Helena volvió a reírse con la mirada caída.

No sabía qué hacer, era de las pocas veces ya que me habían sorprendido de aquel modo ante una situación de este tipo. Normalmente las veía venir, pero aquella vez no.

Miraba nervioso a mi alrededor buscando alguna señal por alguien se había dado cuenta, pero cuando vi que no decidí jugar con ella un rato. Normalmente, era yo quien solía provocar este tipo de situaciones.

Bajé mi mano debajo del mantel, cogí la de Helena y la puse sobre mis rodillas. Creo que pensó que aquello me había molestado porque hizo el ademán de quitarla, pero rápidamente la volví a coger disimuladamente y la coloqué de nuevo allí.

Me miró confundida.

Me había bajado la cremallera del pantalón y mi polla estaba fuera mientras seguían las conversaciones entre los comensales. Hice que la cogiera con su mano.

Sus ojos se llenaron de una mezcla de vergüenza y excitación, me miró y a continuación empezó a acariciarla de arriba abajo sutilmente.

Jugaba con ella entre sus dedos sin hacer excesivos movimientos. Bajaba hasta mis huevos y los masajeaba con cuidado.

Era una sensación sumamente placentera, maximizada por el morbo de hacerlo con la gente delante.

—Como sigas así me voy a correr —le dije acercándome a su oído.

—¡Los secretos en reunión[1]…! —dijo una de sus amigas con cara de situación.

—Le decía que hiciera el favor de dejar de meterme mano por debajo de la mesa.

Helena se sobresaltó y sacó corriendo la mano de debajo del mantel y la levantó:

—¡Claroooo! Esas son tus ganas —se echó a reír junto con los demás.

Bebió un poco de vino de su copa helada y enseguida la volvió a bajarla retomando la actividad anterior.

Ahora me gustaba mucho más porque tenía la mano fría y mojada al haber sostenido la copa en ella.

Apreté su muñeca un par de veces indicando que me iba a correr, y lo solté todo. Allí mismo me corrí, aguantando el tipo como pude, sentí como un chorro caliente salió de mi polla mientras Helena la sujetaba entre sus dedos.

Limpió la mano con una servilleta de forma disimulada y la dejó caer al suelo.

Me guardé la polla en el pantalón e intenté mantenerme lo más calmado posible. En ese momento Helena se reclinó hacia atrás y su vestido se había subido un poco más de la cuenta. Abrió ligeramente las piernas y vi que no llevaba bragas. Un poco de vello se dejaba entrever entre ellas.

Se me hacía la boca agua solo de pensar lo que quería hacerle.

Acerqué mi mano a la boca, humedecí dos dedos de manera que nadie me viera y repetí lo mismo que ella había hecho conmigo: La deslicé disimuladamente hasta su entrepierna, le metí dos dedos, jugué un poco con su coño y acercándomelos de nuevo a los labios los lamí. Helena me miró con la boca entreabierta y cara de asombro. Ese gesto en su cara me era excitantemente caliente.

Enseguida terminamos y nos fuimos al Morrissey’s[2], cerca de la Plaza Unzibai. Entraron gratis todas las mujeres y a los hombres nos tocó pagar ¡Qué rabia me daba eso! En otra situación me hubiera negado, pero era mirar a Helena y no poder pensar en otra cosa.

Fuimos los dos a la barra a pedir algo y mientras se apoyaba en ella su precioso culo se marcaba a la perfección debido a aquel vestido ceñido y provocaba las miradas de hombres y mujeres que estaban alrededor.

Me acerqué por detrás y la abracé mientras apoyaba mi entrepierna en su culo disimuladamente.

Enseguida Helena empezó a moverse arriba y abajo haciendo como que bailaba al ritmo de la música, muy estridente todo sea dicho, pero que yo apenas escuchaba al centrar mi atención en otras cosas.

Pasé mis brazos alrededor de su cintura y la apreté contra mí. Antes de que el camarero llegase frente a nosotros, una de mis manos estaba debajo de su vestido y la otra por encima de sus tetas. Enseguida las retiré para que el barman no nos pillase.

No me cuadraba.

Su coño estaba muy suave y no noté vello ninguno, aunque yo había visto lo que había visto en el restaurante. Más tarde descubrí que tenía un precioso triángulo a modo de flecha en la parte superior, que daba mucho juego, y el resto totalmente rasurado. Una flecha que indicaba justo el lugar perfecto para mi lengua.

Volvimos a la zona donde estaban los demás. Ella se puso a bailar con sus amigas y con Antonio, que era un bailarín nato. Daba clases de aerobic, step y aeroboxing en un gimnasio de Benalmádena.

Helena se acercó a mí:

—Vamos al baño y follamos, ¿no?

Llamadme tiquismiquis, pero solo he follado una vez en el baño público y me niego a volver a hacerlo. Fue uno de los peores polvos de mi vida y no por la otra persona sino por el lugar, las prisas, etc. A mí me gusta de otro modo.

—De eso nada. Te vienes a mi casa y allí disfrutamos lo que haga falta. No quiero que seas un simple polvo de una noche, tú no te lo mereces. Te aprecio muchísimo —era de las mejores amigas que he tenido… y tengo.

Se dio la vuelta, y delante de todos, me besó. Sentí como si la música se detuviese y toda la discoteca nos mirase. Su lengua jugó con la mía un buen rato y noté su delicioso sabor y el ansia que nos teníamos además del vino.

Me encantó y aunque me pareció largo no fueron más de 5 segundos. Comprendí que para mí el tiempo se había detenido.

—Ya sabía yo que aquí había mantecao —dijo Antonio sin parar de bailar casi gritando debido a la música tan alta—. ¿Desde cuándo?

—Desde hace unos minutos —contesté.

Antonio se sorprendió.

—Perfecto. Así que ¡Esta noche carricoche![3] —dijo su novio bastante perjudicado por el alcohol—. Con el tiempo que lleva sin echar un polvo, te va a destrozar.

—¡Qué mariquita! —le dije con tono simpático.

—A mucha honra, guapo —me contestó riéndose mientras se alejaba de nosotros con unos pasos de baile bastante cómicos.

La noche parecía no acabarse, pero a las tres de la madrugada todos decidieron irse y mientras recogíamos abrigos, noté un cosquilleo en mi entrepierna. Estaba completamente empalmado y así llevaba ya un buen rato ya que, en cada escapada a la barra había un roce, un beso o un baile sensual. Además, mi mente incentivaba aquella erección con cada escena que imaginaba con ella.

Nos montamos en mi coche y a los pocos minutos de arrancar puse mi mano sobre la rodilla de Helena, aunque rápidamente la subí hasta quedar debajo de su falda.

Su coño estaba caliente y un par de gemidos deliciosos salieron de entre sus labios rojos los cuales ya mordía mientras me miraba fijamente a los ojos.

Cogió mi mano con las suyas y se masturbó a placer con ella. Unos intensos gemidos salieron de su boca mientras yo conducía totalmente absorto en su respiración que hacía que sus pechos se hinchasen de una forma rítmica. Se volvían enormes con cada inspiración.

Helena se bajó el vestido sacando sus dos preciosas y erguidas tetas. Pellizcaba sus pezones duros habiéndose humedecido previamente sus dedos con saliva.

Su cuerpo se arqueaba en el asiento del acompañante. Me quedé asombrado cuando se puso de rodillas en él y mientras yo seguía conduciendo se fue a la parte de atrás, se quitó el vestido y se tumbó con las piernas abiertas masturbándose intensamente. Un pie se apoyó en el asiento del conductor y el otro en el asiento del pasajero.

Podía ver su coño perfectamente abierto mientras con una mano se estimulaba el clítoris y con la otra se metía los dedos constantemente.

De su boca salían gemidos y gritos deliciosos.

El ruido de su coño húmedo siendo penetrado por sus dedos con una gran fuerza era acuoso y solo podía centrarme en él. Pensé en las ganas locas que tenía de poner mi boca entre sus piernas y comer hasta que se me durmiera la lengua.

El coche ya olía a sexo intensamente.

Acomodé el espejo retrovisor para no perderme nada:

—¡Mira! ¡Mírame!  ¡Que me corro, Andrés!

Levantó sus caderas con fuerza y apoyando su espalda en los asientos dejando su coño muy cerca de mí mientras gritos descontrolados llenaban el coche de chillidos orgásmicos.

No salía de mi asombro mientras yo no perdía detalle y me acariciaba la polla por encima del pantalón.

No me podía creer que eso estuviera pasando, pero menos me podía creer que no estuviera yo detrás participando en aquello.

Unos pocos espasmos finales la dejaron exhausta en el asiento de atrás. No podía dejar de mirarla… ni ella a mí.

De un salto impropio después de haberse corrido de tal manera y con tanta intensidad, pasó al asiento de delante completamente desnuda:

—Cuanto tiempo sin correrme así, dios mío —dijo mientras se acomodaba el pelo detrás de la oreja y sus mejillas rojas brillaban en la oscuridad del coche.

Estaba preciosa.

—Venga que el semáforo está en verde —me dijo mientras se reía.

Allí estaba, desnuda, a mi lado. Puso la calefacción y de repente su mano quito la mía de mi entrepierna y empezó a acariciármela.

—¡Qué ganas tengo de polla!

Un ruido de cremallera sonó y la presión que tenía dentro de los pantalones se alivió enseguida.

En pocos segundos estaba haciéndome una mamada. ¡Le encantaba hablar con ella en la boca! y no sé por qué, pero eso me ponía demasiado.

—¡Qué rica está tu polla! Si supieras la de veces he querido hacerlo debajo de tu escritorio y he estado a punto…

—Calla, joder —le dije sujetándole el pelo mientras empujaba su cabeza a mi entrepierna.

—Mmmm, cabrón. Y parecías medio tontito —apreté más fuerte mi polla dentro de su boca sin ser rudo—. Mmmmmmmmmm —volvió a escucharse al hacerlo.

Yo seguía conduciendo camino a la urbanización de mi casa, pero Helena me dijo que parase donde pudiera. Quiero tu polla en mi coño ¡Ya! Palabras literales.

Así lo hice, pero antes de parar ella ya había vuelto a los asientos de atrás.

—Ven, nene —odiaba que me llamasen nene, pero esta vez me puso muchísimo—. Ven aquí y dame tu polla.

Ella y sus expresiones.

Antes de ir me quité la ropa y eché los asientos hacia delante lo máximo que pude.

Cuando fui a pasar a la parte trasera tropecé y fui a dar con mi cabeza cerca de su coño. Así que aproveché y abrí la boca, saqué mi lengua y lamí su deliciosa entrepierna de abajo arriba con toda la saliva que pude. Solo escuche un ¡Ay, cabrón!

—De eso nada —se quitó enseguida y me obligó a sentarme en el centro de los asientos mientras con sus manos me abrió las piernas, se colocó entre ellas y empezó a comerme la polla otra vez con gran intensidad—. Yo ya me he corrido una vez, te toca a ti correrte—dijo con otra vez con la boca llena.

—Como sigas así voy a tardar poco…

El ritmo, aparte de rápido, era intenso. Tenía una garganta portentosa con la que me hacía una mamada profundísima y sin apenas inmutarse.

Usaba poco las manos y cada cuatro o cinco movimientos de subida y bajada, se quedaba quieta con la polla completamente metida en dentro. Después hacía unos movimientos deliciosos con su lengua y seguía aquella velocidad trepidante.

Simplemente perfecta y húmeda.

—Joder, Helena, que me corro ya… ¡Va a salir mucho! —le dije avisando.

Se la sacó de la boca y dijo:

—Quiero toda la leche que me des, Andrés—y volvió a metérsela en el fondo de la garganta con esa facilidad que me dejaba pasmado.

Me agarró del culo y lo empujo hacia ella haciendo fuerza para que llegase lo más profundo posible.

Agarré su pelo y empujé su cabeza, esta vez bastante más fuerte.

Os juro que aquí fue donde se me escapó mi primer puta abiertamente a una mujer en estas situaciones. Sé que a todas no les agrada, pero a muchas sí que les pone.

—Hostia qué puta ¡Joderrr! ¡Joder!

Dejé salir lo que había estado reteniendo en mis huevos toda la noche y salió tanto semen que pensé que se iba a atragantar, pero lo único que sentí era como se lo tragaba, sin inmutarse. Todo lo que solté acabó bebido, tragado y saboreado.

Ese fue el momento donde descubrí que follar en el coche era una de las cosas que más me gustaba hacer.

Se la saqué de la boca aun chorreando saliva y semen y de un salto se sentó sobre mí de espaldas antes de que se me bajara la erección.

Tenía un precioso tatuaje de un mandala[4] en medio de su cintura. Además, los hoyuelos de Venus se notaban encima de sus caderas y eso me ponía cada vez más cerdo.

Helena era ese cúmulo de características sexuales que solo sumaba al morbo, al vicio y al placer.

Al dejarse caer sin delicadeza mi polla entró de golpe en su coño y noté un calor extremo que emanaba del fondo de su vagina.

Se la clavó con fuerza mientras gritaba algo ininteligible entremezclado con gemidos extremadamente calientes.

Ahí se quedó un rato, inmóvil y apretando su pelvis lo más que podía contra mi cuerpo para que mi polla llegase lo más profundo posible.

Se agarró a los reposacabezas delanteros y se levantó un poco sacando parte de mi rabo fuera de ella, casi hasta el glande.

Enseguida volvió a dar otra sentada más fuerte que la anterior y así empezó a meterla y sacarla sin parar.

Pensé que, o bien el ritmo o bien la intensidad de las penetraciones bajaría, pero nada más lejos: Cada vez más rápido, cada vez más fuerte y cada vez más caliente.

Mis huevos no paraban de chocar contra su coño y a ella le gustaba:

—¡Qué huevos cabrón! ¡Cómo suenan! Te los voy a vaciar —seguía impresionándome con sus expresiones en castellano hasta follando—. ¡Ay! ¡Sí, por favor!

—Eres una pasada follando. Clávatela bien… vas a hacer que me corra otra vez, que put… —me callé pensando que le podría molestar.

Sacó mi polla rápidamente, se la metió en la boca, la introdujo hasta el fondo de su garganta tres o cuatro veces y se la volvió a meter en su coño esta vez sentada de frente a mí.

—¡Dilo, cabrón! Di que soy una puta —me jadeó al oído mientras el fuerte ritmo de las penetraciones empezaba de nuevo —¡Que lo digas! Di que soy la mejor puta a la que te has follado —gritó mientras me cogía del cuello para poder seguir con aquel ritmo tan intenso.

Empecé a chupar, morder y a apretar sus preciosas tetas que no paraban de botar enfrente de mi cara y eso solo hacía calentar más a Helena que ya casi se daba con el techo del coche debido a la amplitud de la follada que me estaba dando.

Ella las apretó también con sus manos para guiarme a la intensidad que lo quería:

—Aprieta así, nene, así. Justo así.

—Eres una zorra —sus jadeos crecieron mientras se reclinaba hacia atrás dejándome ver a la perfección sus tetas cubiertas por mis manos—. Estás impresionante follando así.

Era puro vicio.

—¡Hijo de puta! ¡Hijo de putaaaa! —no paraba de gritar eso.

Levantó las piernas y se puso en cuclillas, pasando los brazos de nuevo por los cabeceros de los asientos. Si los movimientos antes eran profundos y fuertes, ahora ya no tenían piedad.

Mis huevos me dolían de los golpes que recibían cada vez que sus caderas bajaban, pero un dolor a la par muy placentero.

Poco a poco notaba como mi polla iba quedándose hipersensible, señal de que en breve me iba a correr, pero antes de eso Helena gritó.

—¡Me corro, Andrés, me corro! ¡Pellízcame los pezones, por favor! ¡FUERTE!

Y eso hice, pero ya que uno de ellos lo tenía en la boca, lo mordí y soltando una de mis manos de su culo, el cual azotaba bastante, le pellizqué el otro.

—¡Más, más! ¡Más fuerte! ¡Aprieta más, por favor! —pensé que le iba a hacer daño, pero obedecí.

Un grito descomunal, mezcla más de placer que de dolor emergió de su garganta.

—¡Mis tetas joderrrr! ¡Mi coño, mi coño! —pude entender con un tono de desesperación que no le permitía articular bien las palabras.

Con un movimiento bastante más lento de caderas, empezó a azotarse el clítoris fuertemente con una mano, eso me dejó descolocado, pero me gustó excesivamente.

Con cada golpe se escuchaba un salvaje así y en cada uno de ellos un poco de fluido salía de Helena mojando mis huevos y mis piernas.

Ella me enseñó a masturbar a chicas con golpecitos en el coño y puede ser muy excitante.

Enseguida dejó de moverse mientras me abrazaba la cabeza quedando sus tetas con mi cara entre ellas. Empecé a besarlas y a lamerlas, así como sus pezones aun erectos y sensibles.

Intensos jadeos no paraban de salir de su garganta.

Me cogió la cara me la levantó y me besó tiernamente mientras nuestras respiraciones y nuestro beso húmedo era lo único que se escuchaba dentro del coche.

—¿Y tú aun sin correrte? No me lo puedo creer.

—Estaba a punto, pero cuando has empezado a azotarte el coño he alucinado y… Solo quería oírte gritar.

Se sentó a mi lado abrazada a mí. Yo seguía acariciando su entrepierna que aún vibraba. Su cuerpo temblaba y los jadeos seguían sucediendo.

—Me encanta follar contigo —me dijo mirándome a los ojos mientras me empezaba a hacer una paja con la mano empapada de sus fluidos—. Espero repetir.

—Cuando quieras, es una barbaridad lo salvaje que te vuelves.

—Andrés… llevaba muuucho tiempo sin follar.

Miró mi polla y se agachó empezando a chupármela de nuevo.

—Ufff, si es que además tienes una boca impresionante. Así Helena. Me quiero volver a correr en ella.

Nunca se lo dije, pero ha sido la chica que mejores mamadas me ha hecho jamás y os prometo que no exagero.

El ritmo fue creciendo hasta que se volvió salvaje y cuando me corrí volvió a tragarse toda mi corrida que no había soltado al follar.

No dejó ni una gota y mi polla volvió a quedar limpia.

Me confesó que le encantaba hacer mamadas con garganta profunda y a tragarse las corridas. Ahora me explicaba bastantes cosas.

Estuvimos un rato hablando después de corrernos, nos vestimos y nos fuimos a mi casa. Allí la maratón de sexo duró hasta el lunes de madrugada con muchas anécdotas y experiencias nuevas que ya os contaré en otro momento.

 

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[1] Primera parte del dicho popular: Los secretos en reunión son de mala educación.

[2] Local de ocio nocturno del centro de Málaga

[3] Expresión coloquial que se usa para referirse al sexo.

[4] Dibujo de origen budista que representa situaciones del universo.

MIS RELATOS:
Andrés Pérez Palacios
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ANDRÉS PÉREZ PALACIOS
– Escritor de literatura erótica –

Gracias por pasar por aquí: mi gran afición es escribir #RelatosEróticos o como yo lo llamo #PornografíaLiteraria.

Escribo para mí y porque lo necesito, por eso no espero la aprobación de nadie ni hacerme famoso con esto. Este tema me fascina y por eso lo elegí.

Estas son mis vivencias y experiencias, ni mejores ni peores que otras. Lo que sí te pido es que las respetes. Si te gusta lo que lees deja un like ❤️. Un abrazo y se feliz.

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