Desde pequeñitos siempre habíamos estado juntos. Cada vez que Sara venía de Talamanca de vacaciones, siempre nos pasábamos el día haciendo cosas, siempre abrazados, jugando o hablando.
En la piscina de mis tíos estábamos tonteando cada dos por tres con Marco Polo [1] y los roces accidentales debajo de agua eran frecuentes así como algunos juegos que consistían en abrazarnos y ponernos muy cerca de los chorros de la piscina.
Nos contábamos nuestros secretos, confiábamos ciegamente el uno en el otro y, quince días que viniera de vacaciones, quince días que estábamos juntos al cien por cien.
Me gustaba. Y yo a ella, pero era mi familia y nunca nos atrevimos a decírnoslo. Pensábamos que estaba mal y que no era correcto, pero a la larga estas cosas no se pueden evitar.
Crecimos, nos hicimos más adultos y al final pasó.
Deseaba que llegase aquel verano… y ella también. Mi casa se convertía en una madriguera familiar: colchones por el suelo, hijos, sobrinos, nietos, cunas, calor, agobio… pero con tal de estar cerca de Sara, todo me daba igual.
A su lado todo me parecía fácil, bonito, de otro color.
Solíamos salir de fiesta por la zona de marcha en la playa de la Malagueta. Siempre nos agarrábamos buenas borracheras y acabábamos en la arena fumándonos algún porro y bebiéndonos un litro o dos de cerveza.
Cuando queríamos darnos cuenta, estábamos abrazados o tumbados hablando sin parar y poniéndonos al día de nuestras cosas.
Me solía contar sus aventuras con chicos y yo las mías a ella. Por un lado, lo odiábamos, pero por otro nos excitaba comentar los sitios donde habíamos follado, las posturas que habíamos hecho, las cosas que habíamos descubierto… cada vez que me contaba algo yo siempre me imaginaba haciendo eso mismo con ella.
Una vez incluso me dijo que se acostó con un semi famoso en los baños de una discoteca: La tenía pequeña, follaba mal y se corrió muy pronto. Nos reímos sin parar y cuando terminábamos de reírnos venían aquellos silencios incómodos acompañados de miradas de deseo reprimido.
—Vámonos a casa. Es tarde y mañana hay que trabajar —le dije—. Tú, como estás de vacaciones… —eran ya cerca de las dos de la madrugada y además lunes.
—Sí, que entonces no habrá dios que te levante y me echarás la culpa a mí. Además, mira que ciego llevas, Andrés.
Se levantó como pudo y cuando se puso enfrente de mí estando yo aún sentado en la arena, extendió las manos para ayudar a levantarme. Yo no podía retirar mis ojos de sus caderas y esa minifalda que quedó a la altura de mi cara.
Tenía unas caderas anchísimas, con unas curvas prominentes. A veces parecía que tenía un corsé puesto. Eso siempre le había acomplejado, pero para mí eran preciosas y perfectas, sobre todo cuando mientras me masturbaba me la imaginaba cabalgándome salvajemente mientras gritaba y gemía.
Ese culo redondo tenía que ser una pasada a cuatro patas y rebotando contra mi polla… y sí, estos eran los pensamientos que tenía con ella. Era raro que no me masturbase pensando en Sara cada día de los que estaba allí, sabiendo que se encontraba en la habitación de al lado, y cuando se volvía a su pueblo solía hacerme una maratón de pajas durante una semana recordando a mi prima.
Más de una vez había pensado en ir a follar con ella o a hacerle alguna guarrada de las mías, pero venían los remordimientos de ser familia y enseguida lo descartaba.
Cuando llegábamos a casa, todo el mundo estaba durmiendo. Ella se iba al dormitorio de invitados y yo al mío en el que siempre estaba solo a excepción de si venía algún familiar que no cupiese en otra de las habitaciones.
Teníamos por costumbre comer algo al llegar porque la borrachera lo pedía, el hambre bruta la llamábamos.
Comimos, nos lavamos los dientes y nos acostamos.
En el silencio de la noche y ya metido en la cama, saqué la revista porno que me había regalado Rubén. Su padre las vendía en su tienda y él las robaba para que todos sus colegas las disfrutásemos. Siempre andábamos bien surtidos.
Me quité los pantalones y abrí la revista por la página que más me gustaba. Las fotos eran las de una mujer pelirroja, con unas tetas enormes y con un culo impresionante. Mostraban como se la chupaba a un señor más mayor y terminaba con la cara llena de semen y las tetas chorreando de lefa. Lo que hubiera dado en aquel tiempo por tener el internet de ahora.
Me agarré la polla y empecé a masturbarme mientras no perdía detalle de la revista. A la mente me vinieron las caderas de mi prima en frente de mi cara. Cerré los ojos y me imaginé que allí mismo, en la playa, le quitaba las bragas y acercaba mi boca a su coño mientras lo besaba con mucho cariño. Los movimientos de mi mano iban en aumento y cuando de repente alguien llamó a mi puerta.
Enseguida me tapé con la sábana, eché la revista por el lado de la cama que daba a la pared, apagué la luz y me hice el dormido. Pensé que sería alguno de mis padres que se habría levantado al baño y habrían escuchado ruido en mi dormitorio.
La puerta se abrió lentamente y noté como se acercaban pasos descalzos a mi cama.
—¿Estás despierto?
Era Sara con una linterna pequeña quien había entrado a mi habitación. La luz apuntaba al suelo y cuando medio abrí los ojos vi como venía con una camiseta blanca, sin zapatillas y sin pantalones. La había visto muchas veces así, incluso desnuda, pero con la excitación de estar masturbándome mi polla se puso muy dura. Yo seguía haciéndome el dormido por los remordimientos que siempre venían a mi cabeza.
—¿Estás despierto o no? —me volvió a preguntar mientras levantaba la sábana y se metía en mi cama. Yo seguía haciéndome el dormido.
Ella con mucho cuidado se acostó junto a mí. Se puso de lado mirándome de frente. Notaba su respiración sobre mi boca. Una mano me acarició la cara y unos labios me besaron. Mi polla se puso más dura aun de lo que estaba. Iba a reventar.
—No. No estoy despierto —le dije mientras le sonreía.
Y nos volvimos a besar.
Fue un beso muy tierno y con mucho cariño y amor, porque era eso, amor. Fue dulce, húmedo, lento, sin apenas lengua. Con respiraciones entrecortadas. De repente noté su mano acariciándome la polla. Me sobresalté y me aparté.
—Sara, no sé si debemos. Somos primos —le susurré con la voz temblorosa— ¿Esto está bien?
—No sé si está o no lo está, Andrés. No lo sé, de verdad. Lo único que sé es que llevo años queriendo hacer esto y hoy me he lanzado. Tú decides, pero vaya, que tu polla indica que estás bien excitado.
—Me estaba pajeando —le dije sin pudor. Con ella nunca lo tenía.
—Pensando en mí, ¿verdad? Ya he notado como te has quedado mirándome en la playa esta noche.
—A tu culo, y también a esas caderas que tienes. Me vuelven loco y me ponen muchísimo —le dije mientas le pasaba la mano recorriendo la línea de su cintura y sus muslos.
Era un año más joven que yo, pero como siempre pasa, mucho más adulta de mente. Las mujeres siempre lo son y nosotros debemos estar agradecido por ello.
La volví a besar y un suspiro de alivio salió de mi nariz.
Sara se dio la vuelta y se puso de lado… como comúnmente decimos, de cucharita. Se quitó la camiseta. No traía nada debajo. Acerqué una mano a la zona de su entrepierna para acariciarla y la otra a sus pechos. Su vello era suave. Lo acaricié por fuera y emitió un leve gemido. Mientras, yo intentaba no rozarme con su espalda, pero ella levantó su culo y noté como mi polla se acomodaba entre sus glúteos que empezó a mover lentamente. Me encantaba esa sensación de que me pajeara con su enorme culo. Era una pasada.
Agarró mi mano y se la acercó a la boca. La ensalivó y volvió a colocarla en su entrepierna para que estuviera bien mojada.
Usó también su saliva para mojarme la polla y que resbalara mejor. Era una sensación increíble y de las mejores que he tenido nunca haciendo petting [2].
—Esto así no me gusta —dijo mientras se levantaba y retiraba las sábanas— ¡Oye! —exclamó— ¡No tienes pelo en la polla!
—No. Me he depilado hace poco todo el cuerpo por primera vez… y calla que me da vergüenza.
—Siempre he querido acostarme con un chico depilado. Que bien que seas tú —me dijo con una voz muy caliente.
En ese momento ella empezó a besarme por el cuello y a bajar lentamente. Cuando llegó a los pezones se detuvo un buen rato. Los lamió y los mordisqueó muy suavemente mientras yo la agarraba con delicadeza de su coleta alta. Siempre me han puesto mucho las coletas, ella lo sabía y se la hizo para mí. Su pelo era suave y fuerte. Lo había acariciado muchas veces, pero nunca como esa. Le olía a melocotón gracias a su champú.
Sara continuó bajando hasta que llegó a mi polla. En ese momento oí un clic y vi como la luz de la linterna se volvió a encender.
—Ponte la almohada detrás de la espalda, anda. Incorpórate un poco más. Quiero que veas esto bien.
Lo hice quedándome casi sentado encima de la cama. La almohada estaba apoyada en la pared y me servía de respaldo dándome una comodidad extra.
Vi como poco a poco acercaba su gran boca a mi rabo que ya estaba muy duro. Mientas le daba pequeñas lamidas a la parte del arriba, deslizó el prepucio para atrás dejando el glande descubierto.
—Joder, que gorda es.
Me sentí alagado. Ya sabéis lo imbéciles que somos los tíos en referencia al tamaño de nuestra polla.
—Mira y no pierdas detalle —decía muy excitada mientras seguía besando y lamiendo poco a poco—. No te pierdas esto ¿Eh?
Ella alumbraba con la linterna para que viera bien su cara, su boca y mi polla. Yo dejaba de mirar cada movimiento que hacía expectante a lo que iba a pasar.
Sara levantaba la mirada de vez en cuando y su lengua vibraba a un ritmo increíble lamiendo el frenillo. Mi polla palpitaba de la excitación y algunas gotas de líquido transparente habían salido.
—¿Preparado?
—¿Para qué? —dije asombrado y excitado con la voz temblorosa.
—¡Para esto!
En ese momento cogió mi mano que aún estaba en su pelo y la apretó varias veces. Con ese gesto me indicó que agarrara fuerte su coleta y no la soltara.
Apoyo sus labios en la punta de mi polla, como si fuese a besarlos. Me miró a la cara mientras me guiñaba un ojo. Se sonrió y se la metió por completo en la boca hasta la garganta. Hasta el fondo. Solo dejó a la vista mis huevos.
Y ahí se quedó. Quieta. Mirándome a la cara con un brillo de felicidad increíble en sus ojos. Yo no me quería mover porque la sensación de calor, humedad y placer era perfecta. Empezó a subir lentamente sacándola poco a poco y cuando estaba la mitad fuera, de nuevo volvió a embestirme con tal brutalidad que tuve que gritar.
—¡Joder, qué zorra! —le dije casi sin pensar.
Se la sacó de la boca y me dijo:
—Solo contigo. Solo contigo, Andrés.
Se la volvió a meter de golpe introduciéndola de nuevo hasta el final.
Notaba la gran cantidad de saliva que había en su garganta y me encantaba sentir esa lubricación espesa que mojaba ya hasta mis piernas.
Yo no me atrevía a moverme por si acaso le causaba malestar, pero ella no dejaba de mirarme a los ojos. Tampoco retiraba la linterna para que no perdiese detalle. Las vistas eran preciosas: Ver como la chica que siempre había querido follarme me estaba haciendo la que, había sido la mejor mamada de mi vida hasta el momento. Estaba caliente a más no poder.
Me di cuenta que no usaba las manos para nada ¿Para qué? Esa boca apretaba mi polla de una manera increíble y pensé: Pero… ¿Dónde están sus manos? Como no, en su coño.
No paraba de masturbarse mientras lo hacía. Tenía su gran culo levantado ya que estaba a cuatro patas mientras me la chupaba y la escena era muy similar a la de la mujer pelirroja de la revista porno de antes.
—Sara, ponme tu coño en la boca… tengo que saborearte.
Y, si todo esto era ya un verdadero cuento de hadas sexual, lo más impresionante fue que lo hizo: Se dio la vuelta y se sentó con sus enormes caderas en cara, quedando su coño, también con olor a melocotón, en mi boca… ¡Sin sacarse mi polla del fondo de su garganta!
Agarré con fuerza sus glúteos y los separé con firmeza. Con el resplandor de la linterna pude ver lo mojada que estaba y lo preciosa que era su entrepierna… y ese lunar en su ingle que me volvía loco. Acerqué mi boca, saqué la lengua y lo lamí muy suavemente abarcando toda la superficie de su coño. Un ummmm se escapó de su boca llena, teniendo que sacársela para gemir.
—Joder. ¡Qué lengua más suave! Come todo lo que quieras —decía mientras me pajeaba— ¿Puedo correrme en tu boca? ¿Te importa que lo haga? Siempre me imagine teniendo un orgasmo con tu lengua en mi coño.
—Si no lo haces me enfadaré mucho, pero a este paso me correré yo antes seguro —contesté con la voz casi temblorosa de la excitación.
—Eso lo arreglo yo —se sentó sobre mi cara de espaldas y dejó de hacerme la mamada—. Yo tardo muy poco en correrme, es lo que tenemos las mujeres multiorgásmicas.
Empezó a cabalgarme lentamente la boca mientras mi lengua estaba fuera y ella forzaba el roce donde quería con cada movimiento. Mientras, con la mano llena de su propia saliva, se masturbaba.
Los gemidos eran muy calientes y los movimientos ondulantes conseguían que mi cara rozara lo máximo posible con su coño. Su coleta se movía al ritmo de cada suave embestida contra mí.
Se dio la vuelta y cuando miré hacia arriba vi cómo dirigía la luz hacia sus preciosas tetas. La linterna tenía una ventosa que humedeció y pegó en la parte de arriba del mueble de madera.
La vista era perfecta: Un coño deliciosamente ácido en mi boca, unas tetas tersas y preciosas que botaban con cada movimiento y una cara de placer acompañada de gemidos ahogados y disimulador que indicaban un orgasmo inminente… mi primer facesitting [3].
Me agarró del pelo con más fuerza de lo que yo esperaba y tiró hacia arriba con una mezcla de suavidad y posesión que me puso más cerdo y, aunque ella llevaba el ritmo del roce de mi lengua con su coño, yo me esforzaba por penetrarla con ella, apretándola lo más dentro que podía.
—¡Me voy a correr, primo! —lo de primo me puso mucho más cachondo.
—En mi boca. Quiero que te corras con mi boca… y en mi lengua —le dije mientras notaba arder mis labios por el roce.
No dio tiempo a más. En ese momento noté como se hinchaba el coño de Sara subiendo rápidamente la velocidad con la que se rozaba contra mí.
—¡AY SÍ! —susurró— ¡Toma! ¡Me corro! ¡En tu cara! ¡Cómo a ti te gusta! —dijo intentando no gritar— ¡Sí, sí, sííííííí!
En ese momento comenzaron unas convulsiones descontroladas en todo su cuerpo y con cada una de ellas un roce intenso contra mi lengua.
Su coño empezó a chorrear levemente y unos fluidos transparentes resbalaban por mi cara y con cada movimiento éstos entraban en mi boca, pudiendo saborearlos y dándome un placer delicioso. Intenté que me mojaran toda la cara. Estaban riquísimos y recordaré esa sensación siempre.
Poco a poco los temblores, que duraron un buen rato, fueron bajando de intensidad hasta desaparecer mientras ella arqueaba su espalda hacia atrás.
Sara tuvo en todo momento una mano en mi cabeza para marcar el ritmo con la otra masajeaba y apretaba sus tersas tetas ya que había estado pellizcándose los pezones mientras se corría.
Cuando pararon las convulsiones casi del todo se cayó hacia atrás. Sin recuperar el aliento, casi sin poder respirar y aun con pequeños restos de placer en su vagina se introdujo mi polla de nuevo en la boca. Le caía mucha más saliva que antes y si previamente había sido una mamada preciosa, esta lo era mucho más. Más intensa, más caliente.
El ritmo era muy fuerte. Mi polla entraba y salía de su boca como si fuera un coño bien lubricado. Las penetraciones orales a las que Sara se estaba obligando no eran normales. Y lo mejor de todo es que le tenían que estar gustando mucho por la cara de placer y satisfacción que ponía.
Sentí ese escalofrío previo que uno tiene antes de eyacular. Ese que te eriza toda la piel, que deja casi anestesiadas las células de tu cuerpo y solamente te permite notar las sensaciones a flor de piel en la entrepierna. Iba a correrme con una intensidad muy grande, así que pensé: ¡Qué hostias! Voy a disfrutar y a hacer lo que me plazca.
Saqué la polla de lo más profundo de su garganta. Agarré a mi prima con firmeza y la tumbé boca arriba en la cama. Abrí mis piernas y me senté sobre sus tetas a horcajadas notando la suavidad de su piel mi culo. Alguna me rozaba más allá y me volvía loco.
Me agarré fuertemente los huevos por debajo. Me gustaba tirar de ellos hacia abajo mientras me masturbaba. Mi prima, al ver que lo hacía, me apartó la mano y comenzó a hacerlo ella. Empecé a pajearme frente a su cara con mucha intensidad. Ella de vez en cuando hacía que parase y escupía sobre mi polla para lubricarla. Con tanta saliva se me escapaba a veces de las manos.
Entonces vi como ella se humedecía los dedos de la mano y comenzó a acariciar mi ano con suavidad. Para mí eso era impensable (en aquella época, ahora me encanta que me lo acaricien), pero el placer era increíble. En ese momento una gota de líquido transparente salió y me lubricó más aun la polla.
—Me voy a correr, Sara. Voy a llenarte con mi lefa y luego haré que te la comas —le dije sabiendo que a ella le gustaban esas expresiones.
—Echa mucha, primo —decía sacando la lengua.
—Como me pone que me digas primo —era como escuchar lo prohibido y lo cohibido con afán de superación moral… y sexual.
—Pues córrete, primo. Venga, mírame a la cara y suelta toda la leche que tienes en eso huevos tan gordos. Vamos primo —cada vez que decía primo, un latigazo de placer sacudía mi cerebro—. Mírame a la cara y márcame como a tu puta, la puta tuya que siempre he querido ser.
—¡Aquí lo tienes! Toma, primita. Bébete tu premio.
Un chorro de semen salió de mi polla produciéndome un placer explosivo que me hizo gritar casi sin control. La corrida le llenó desde las tetas hasta su pelo y la almohada. Le cruzaba la cara de arriba hasta abajo. Le acerqué un poco más mi rabo para el segundo, que fue a parar directamente a su boca. Casi la misma cantidad que el primero, pero con menos fuerza. Ella lo mantenía ahí y sacaba su lengua entre el líquido blanco. La movía pidiendo más.
Apunté a su cara, llenando cada hueco que veía aun sin manchar. Me quedé asombrado de tanta lefa saliendo de mí.
En ese momento soltó la mano con la que me agarraba los huevos y otro chorro salió cayendo en su frente y en su boca.
Me apretó con más fuerza la polla y me pajeó lentamente, apretando para extraer hasta la última gota que, como no, volvió a caer en su boca. En ese momento la abrió enseñándome lo llena que estaba de leche. Mientras se acariciaba los labios y a la vez que los cerraba se tragó todo con una sonrisa en sus labios rosas.
—Es la corrida más grande que he visto tan de cerca y encima está deliciosa. Tu corrida sabe bien —me dijo con los ojos llenos de lascivia.
Fui a coger una toalla del cajón del armario para limpiarla y me dijo:
—No, déjamela en la cara un poco más. Quiero sentirla.
Me dejó alucinando mientras me contaba que le encantaba lo caliente que estaba y todo lo que había echado. Le ponía muy cachonda tenerla en la cara y que su boca supiese a mi esperma que era lo que tantas veces había deseado.
Nos volvimos a tumbar de lado. Yo no paraba de abrazarla y de acariciar su cintura. Su respiración aun entrecortada dejaba salir de vez en cuando un suspiro de placer. Seguía moviendo sus caderas apoyando su culo en mi polla y enseguida me volví a empalmar. Como me ponía Sara, mi prima Sara.
Casi sin que se diera cuenta cogí el tubo de lubricante que guardaba en mi mesita de noche y me puse una buena cantidad en la polla. La idea era masturbarme entre sus glúteos para volver a correrme, pero Sara se puso boca abajo y me dijo:
—Fóllame así, boca abajo. Esa postura de sumisión es perfecta.
—Espera, voy a coger un condón —le dije.
—No hace falta, tu solo métemela y fóllame bien —contestó—. Quiero también que te corras dentro y sentir tu leche chorreando por mi coño.
La miré desde arriba y vi cómo se ponía las manos debajo de la barbilla para no manchar las sábanas con el semen que aún tenía en la cara, aunque al rato se lo quitó con la toalla que traje anteriormente, supongo que para no estar atenta a no manchar nada.
Coloqué un cojín debajo de sus caderas para que su culo quedase levantado y yo pudiera metérsela mejor. Le eché a ella también un poco de lubricante y suspiró de placer mientras se lo repartía por las manos y se lo introducía en el dentro con los dedos.
Estaba sentado encima de sus piernas, con ese coño precioso esperando ser follado, pero antes me deleité un poco con las vistas que tenía de aquel cuerpo con curvas tan perfecto.
Abrí sus nalgas varias veces y le penetré con los dedos otra vez con más lubricante para preparar el camino y notar cómo de caliente estaba. Cuando los saqué me los lamí para volver a saborearla. ¡Joder! Es que estaba deliciosa.
—Métemela ya, por favor.
—Si, prima. Ahora mismo —contesté.
Puse mi polla sobre su coño medio abierto y presioné lentamente. Empezó a deslizarse hacia adentro. ¡Qué estrecha era! Notaba cada pliegue de su vagina. Cuando se la metí entera, gimió:
—Umm, así. Que ganas tenía de tener tu polla dentro de mí. Fóllame como te dé la gana, cabrón.
Empecé a moverme lentamente y cada vez que se la metía y se la volvía a sacar por completo. Su coño se lubricaba mucho más haciendo que mi polla retomara aquella sensación de humedad que también sentí en el fondo de su garganta.
—Tienes un coño impresionante, Sara. Si lo llego a saber hubiéramos follado mucho antes. Que zorra estás hecha. Me pones muy cerdo.
—Gracias primo —decía mientras intentaba no gritar—. Venga, hazme lo que quieras. Reviéntame el coño ya.
Después de oír esto empecé a subir el ritmo y con cada embestida su culo, sus glúteos, su cintura… todo se movía con hipnóticas ondulaciones que indicaban cada metida y cada sacada.
Sus gemidos acompañaban perfectamente al ritmo de la penetración. Le agarré su coleta alta. ¡Qué guapa es! pensé.
Cerré mis piernas y empecé a penetrarla tumbado completamente sobre ella, sobre su espalda mientras ella seguía boca abajo. Mi polla llegaba cada vez un poquito más dentro lo que hacía que Sara gimiese con cada embestida.
Se tapaba la boca, pero de vez en cuando la soltaba para abrirse las nalgas e intentar que la penetrase lo más profundo posible. Noté que intentaba meterse un dedo por el culo de vez en cuando. No me lo podía creer.
—Quiero que me folles por el culo. Quiero que seas el primero en follarme por atrás.
“No me gusta hacerlo, pero por todo lo que has esperado, te lo mereces”, pensé
—Te voy a reventar, Sara. Vas a gritar.
La besé en la cara y luego en los labios.
Eché otro buen chorro de lubricante en su culo y apoyé mi polla en su agujero de atrás. Ella me agarró con sus manos y me dirigió poco a poco marcando el ritmo de cómo quería que lo hiciera. Entró mucho más fácil de lo que me esperaba. Otras veces con otras chicas me había costado mucho trabajo e incluso en ocasiones no lo había conseguido. Supongo que sería por la excitación.
Era su primera penetración anal y su gesto de lujuria era de película. Se veía guapísima con esa cara mezcla de placer, dolor, asombro y vicio. Me quedé un momento quieto cuando entró toda.
—¡Uffff… Duele! … pero me gusta —dijo con voz suave—. Es la mezcla perfecta entre dolor y placer.
—Tu culo es una pasada, Sara. Voy a correrme en él.
Fui subiendo el ritmo poco a poco y solo paraba de vez en cuando para descansar unos segundos ya que después de la corrida anterior aún me encontraba con la energía a medias.
Cada embestida me encantaba y a ella también. Ese sitio tan estrecho, bastante más que su coño, estaba cambiando mi forma de pensar por momentos sobre el sexo anal.
De repente gritó:
—¡Creo que me voy a correr, primo! ¡Qué sensación! ¡Dame fuerte!
Subí el ritmo poco a poco por si le hacía algo de daño.
Ella gritaba y no de dolor precisamente.
Cada vez que gemía notaba sus contracciones en mi polla que, sin darme cuenta, habían hecho que estuviera a punto de correrme.
Cuando Sara dijo que se estaba corriendo, no pude aguantarlo más: Dejé caer todo mi peso sobre ella y embestí con todas mis fuerzas:
—Yo también me corro ¡YA!
— ¡POR FAVOR! ¡No pares me estoy corriendo, me estoy corriendo! ¡No puedo parar de correrme, Andrés!
Y aun con la gran cantidad de semen que le había eyaculado con anterioridad en la cara y en la boca de mi prima, otro chorro muy grande salió de mi polla dentro de su culo. Eché tanto que cuando me levanté un poco para ver como mi polla estaba dentro (siempre me ha gustado mirarlo todo bien), empezó a salirse porque no cabía más.
Sara mordía la almohada para no gritar y yo, con tanto placer que estaba teniendo se me cayó un hilo de saliva en su cara sin querer. Miró para arriba y al verlo abrió la boca y se lo comió. Fue raro a la vez que excitante.
La saqué con cuidado y me tumbé de lado, sin decir nada, sin pensar nada, solo concentrado en el placer que mi polla sentía y en el ritmo de mi respiración. Ella se encogió y se acurrucó junto a mí mientras seguía moviendo su culo contra mi polla que aun chorreaba de placer.
—Me encanta follar contigo. Eres con quien siempre he querido follar y en el que pienso casi siempre al masturbarme. Tenemos que hacerlo mucho más.
En aquel momento pensé que era la mujer que más sincera me había demostrado diciéndome las cosas, tal y como las sentía, no solo en aquel momento de sexo, sino en todos los aspectos, y eso me gustaba.
Su cuerpo y el mío. Su sexo y el mío. Su placer que era el mío y el mío suyo.
La besé un buen rato y nos dormimos con los labios unidos… y la linterna se apagó.
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[1] Juego generalmente realizado en una piscina donde un jugador con los ojos cerrados debe encontrar a los demás mientras él grita “MARCO” y los demás contestan “POLO”
[2] Práctica sexual basada en caricias íntimas que no implican habitualmente penetración. Puede incluir un amplio repertorio de posibilidades: besos, roces cuerpo con cuerpo, roce de genitales, la masturbación con roces, etc.
[3] En español «sentarse en la cara»: Práctica sexual, en la cual uno de los integrantes de la pareja se sienta sobre la cara del otro, de forma frontal o inversa con respecto a esta, normalmente para poner los genitales en su boca y conseguir sexo oral de forma intensa.