Valeria era pura perversión envuelta en un cuerpo pequeño y delicioso.
Bajita, morena, con la piel blanca que contrastaba con esos ojos achinados y oscuros, siempre cargados de calentura. Tenía esa mirada de mujer que sabía exactamente lo que quería y cómo conseguirlo, esa sonrisa de zorra malvada que me hacía perder la cabeza.
Sus labios gruesos y carnosos eran un puto pecado. Siempre pintados de rojo, húmedos, listos para envolverse alrededor de mi polla, para succionarme hasta dejarme seco. Solo pensar en esa boca me ponía muy cerdo.
Su cuerpo era una locura. Bajita, pero con curvas de infarto, con un culo redondo y apretado que siempre me pedía que lo agarrase fuerte y lo azotase, y unas tetas enormes. Las mejores que había visto en mi vida. Firmes, perfectas, con pezones oscuros y sensibles que reaccionaban al más mínimo roce de mi lengua.
Y su coño… joder, su coño.
Siempre depilado, siempre caliente, siempre empapado. Con un sabor delicioso, adictivo, con ese olor a sexo puro que me volvía un puto animal. Nunca había conocido a una mujer que se mojara tanto, que se corriera tanto, que gritara tanto.
Porque sí, Valeria era un puto terremoto en la cama. No era de esas mujeres que se contenían o que fingían ser discretas. No. Ella gemía fuerte, gritaba obscenidades al oído, se corría a chorros sobre mí y exigía más. Era multi orgásmica, insaciable, una zorra que siempre estaba lista para otra ronda.
Y lo mejor de todo: le encantaba que me corriera en su cara.
No había nada que la excitara más que ver mi semen chorreando por su piel, sintiendo cada gota caliente resbalar por sus labios, succionando hasta la última maldita gota con la lengua.
Era la zorra perfecta.
[…]
La cena había sido una maldita tortura. No por la comida, ni por el lugar, sino porque tenía a Valeria enfrente jugando a calentarme durante todo el rato que estuvimos allí.
Desde que nos sentamos, ya la noté caliente: Descarada, provocadora y desbocada.
Llevaba un vestido morad ajustado, de esos que parecen pegados a la piel. La tela fina se ceñía a sus curvas, resaltando cada puta maravilla de su cuerpo: sus tetas enormes apretadas contra el escote, su cintura estrecha, sus caderas anchas y ese culo que me volvía loco. Pero lo peor de todo era la forma en que lo usaba contra mí.
Su mirada. Sus labios. Su puta lengua que no dejaba de lamerse los labios.
Jugaba con la copa de vino, humedeciéndoselos lentamente antes de darle un sorbo, mirándome con esos ojos oscuros, achinados, llenos de maldad.
—¿Por qué me miras así? —susurró, dejando la copa en la mesa con una sonrisa provocadora.
Me apoyé en el respaldo, con la mandíbula tensa, sintiendo la polla dura dentro del pantalón desde hacía demasiado rato.
—Porque quiero sacarte de aquí y follarte hasta que me pidas que pare porque no puedes más.
Ella sonrió, una sonrisa perversa, como si justo eso fuera lo que había estado buscando.
—¿Sí? —se pasó la lengua por los labios de nuevo— ¿Y cómo me vas a follar, Andrés?
—Como te mereces y como yo quiero… o como me lo pidas, tú eliges.
Valeria entrecerró los ojos y se inclinó sobre la mesa, dejando que su escote se abriera aún más. Sus tetas prácticamente rebotaron contra la tela, listas para escaparse.
—Mmm… —murmuró, tomándose su tiempo para arrastrar una uña sobre el borde de la copa—. ¿Sabes qué pasa?
—Díme.
Se mordió el labio, como si estuviera dudando en decirlo. Pero sabíamos que no dudaba una mierda.
—Que tengo el coño empapado.
Tuve que aguantarme mucho para no hacer ninguna estupidez.
—¿Sí?
Valeria suspiró, como si le diera pereza explicarse y bajó la mano por debajo de la mesa. Se la metió entre los muslos, justo en la entrepierna, y cerró los ojos.
Se estaba tocando.
Ahí. En medio del jodido restaurante.
—Mmm… sí… —susurró, abriendo un poco las piernas para que la tela de su vestido no le estorbara—. Estoy empapada.
El camarero pasó a nuestro lado en ese momento. Valeria sonrió con total naturalidad y retiró la mano, volviendo a apoyarla en la mesa.
—Deberíamos pedir la cuenta —dijo, como si nada hubiera pasado.
Yo seguía con la polla completamente dura, con el cuerpo tenso, sin poder apartar la vista de su sonrisa maliciosa.
Ni siquiera esperé. Hice una señal y pedí la cuenta, sin preocuparme en disimular la prisa que tenía por salir de allí.
Valeria dejó la propina con calma, se pasó los dedos por el pelo y se levantó.
—Vamos, mi amor —susurró—. Quiero que me toques.
Salimos a la calle. La brisa nocturna apenas sirvió para enfriar el calor que ella me había provocado. El coche estaba a unos metros, en una esquina oscura, apartado de los demás.
Valeria caminaba delante de mí, moviendo esas caderas con una lentitud que parecía planeada para torturarme. Su vestido subía ligeramente con cada paso, dejando entrever el borde de sus muslos pálidos. Sabía lo que hacía. Ella lo provocaba.
Cuando llegamos al coche, se giró, apoyó la espalda contra la puerta y me miró fijamente. Su boca entreabierta. Sus ojos encendidos. Sus manos bajando lentamente hasta su vientre.
—Dímelo otra vez.
—¿Qué?
—Que vas a follarme como la puta que soy.
Mi paciencia se rompió. La apoyé contra el coche, mis manos rodearon su cintura, mis labios rozaron los suyos, pero sin llegar a besarlos.
—Voy a follarte como la puta que eres —repetí contra su boca, sintiendo su aliento caliente contra mi piel.
Valeria cerró los ojos un segundo y se mordió el labio.
—Mmm… me encanta cuando me hablas así.
Su mano bajó hasta mi pantalón. Sin miramientos, sin dudas, presionó mi polla dura a través de la tela.
—Dios, la tienes muy dura.
Mi mano bajo por su espalda hasta agarrarle el culo con fuerza. La apreté contra mí, asegurándome de que sintiera cada centímetro de mi polla pegada a su coño.
Valeria gimió. No suavemente. No discretamente. Fue un jadeo sucio, descarado, completamente excitado.
—Métete en el coche —le ordené.
—Mmm… —pasó una pierna por encima del asiento, entrando de espaldas—. ¿Vas a hacerme lo que me prometiste?
La muy zorra se recostó en el asiento del copiloto y separó las piernas.
No llevaba bragas.
Desde mi posición, podía ver su coño completamente abierto, palpitante, brillando con su humedad bajo la luz tenue del coche.
—Ven aquí, cabrón —susurró, moviendo un dedo en mi dirección—. Necesito que me mires mientras me corro.
Mis nudillos se pusieron blancos en el volante. El coche arrancó cuando giré la llave en el contacto.
Lo que iba a pasar en el asiento trasero no tenía marcha atrás.
Las luces de la carretera pasaban veloces a través del parabrisas, pero dentro del coche lo único que existía era el calor pegajoso del deseo de Valeria.
El aire acondicionado no podía hacer nada contra la fiebre de su cuerpo, contra la humedad densa que se expandía en el habitáculo como un vaho de lujuria. La mezcla del perfume de su piel, el sudor, su coño mojado y la puta necesidad flotaba en el aire como un veneno intoxicante.
Mi mano izquierda apretaba el volante, pero mis ojos estaban en ella.
Y joder, qué espectáculo.
Valeria tenía las piernas abiertas de par en par, la falda subida hasta la cintura, su piel pálida brillando con el reflejo de las luces de la carretera. Su coño empapado, completamente expuesto, palpitando entre sus muslos temblorosos.
Su respiración era pesada, su pecho subía y bajaba con jadeos que parecían gemidos retenidos, sus labios gruesos entreabiertos, húmedos, como si estuviera a punto de suplicarme algo. Pero Valeria no suplicaba.
Y lo hizo. Metió la mano entre sus muslos y comenzó a masturbarse como si fuera le fuera la vida en ello.
—Joder, Andrés… —su voz era un gemido roto, sucio, con las cuerdas vocales ardiendo de lujuria—. Mírame mientras me meto los dedos en el coño.
Y lo miré. Lo vi todo.
Vi cómo sus dedos recorrían su clítoris hinchado, cómo se frotaba con una desesperación animal, cómo su coño resbalaba con sus propios fluidos.
Sonidos obscenos llenaron el coche, el chapoteo húmedo de sus dedos hundiéndose empapados, la puta sinfonía del sexo crudo y sin filtro.
—Escúchalo, cabrón. ¿Oyes cómo suena mi coño? —jadeó, arqueando la espalda contra el asiento mientras sus dedos se hundían más profundo—. Así de mojada me pones, hijo de puta.
Y joder si lo escuchaba. Cada puta embestida de sus dedos era un chapoteo obsceno, cada roce contra su clítoris era un sonido húmedo y desesperado.
Valeria no tenía vergüenza, no tenía control, estaba hecha una vorágine de deseo.
Se retorció en el asiento, levantó una pierna abriéndose más, ofreciéndome una vista perfecta de su coño palpitante, goteando sobre el cuero.
—Míralo bien, cabrón.
Hundió tres dedos de golpe en su coño.
—¡Ahhh, joder!
Mi polla brincó dentro del pantalón. Ella lo sabía.
Se mordió el labio y, sin dejar de masturbarse, sacó los dedos completamente empapados y los llevó a mi boca.
—Chupa, hijo de puta. Trágate mi corrida.
No esperé. Abrí la boca y me los metió muy dentro.
Sabía a sexo puro. Caliente, espeso, salado, con esa intensidad que me volvía adicto.
—Eso es. Límpiame bien. No quiero ni una gota en mis dedos.
Los chupé, los succioné hasta dejarlos completamente limpios.
—Joder, qué rápido te lo tragas… ¿Te gusta, eh?
Valeria gimió fuerte, sacó los dedos de mi boca y volvió a hundirlos en su coño sin descanso.
—Voy a mojarte otra vez, cabrón. Voy a hacerte beber de mí hasta que te ahogues si hace falta.
Y lo hizo. Sacó la mano aún más empapada y me la metió de nuevo en la boca.
Esta vez movió los dedos dentro, follándome la lengua con su propio flujo.
—Mmm… sí… cómetelo todo, cabrón.
Su coño sonaba obsceno, sucio, resbaladizo, con cada embestida de sus dedos.
Mi polla dolía de lo dura que estaba.
—Vas a beber de mi coño cada vez que quiera, ¿me oyes?
—Sí, joder…
—Dilo.
—Voy a beber de tu coño cada vez que me lo pidas.
Valeria sonrió. Sacó los dedos de mi boca y se los metió ella misma en la suya, lamiéndolos lentamente, con puro placer.
—Joder, qué rica estoy… —murmuró con una sonrisa malvada.
Pero aún no había terminado.
De repente, levantó las rodillas sobre el asiento y se puso en cuclillas, con el coño empapado goteando sobre su mano.
—Así… voy a correrme así, como una perra.
Se apoyó en el respaldo con una mano mientras la otra seguía follándose a sí misma con violencia.
—¡Ahhh, sí, sí, sí, me voy a correr!
Su cuerpo se arqueó, su espalda se tensó, su coño palpitó entre sus dedos y…
—¡Me corroo, cabróoon!
Un chorro caliente explotó de su coño, mojando su propia mano, el asiento, mi brazo y hasta mi cara.
—¡Ahhh, sí, sí, sí!
Otro chorro salió disparado, goteando sobre el suelo del coche.
Se corrió sin parar, su coño palpitaba, su cuerpo temblaba con espasmos incontrolables.
Se dejó caer sobre el asiento, jadeando, con el pecho subiendo y bajando frenéticamente.
—Mierda… joder… —susurró, todavía sintiendo los últimos temblores de su orgasmo.
El olor de su corrida llenó el coche. Un perfume de sexo, de fluidos, de lujuria sin frenos.
Pero aún faltaba lo mejor.
—Para el coche —murmuró—. Voy a follarte la boca.
Mis nudillos se pusieron blancos en el volante.
Giré bruscamente y salí de la carretera.
El coche estaba completamente empapado en sexo. Olor a fluidos, a sudor, a coño mojado, a calor denso pegado en los asientos. Los cristales empañados, la piel ardiendo, los jadeos de Valeria aún vibrando en el aire.
Había estado masturbándose como una puta endemoniada, restregándome su flujo en la boca, haciéndome tragar cada gota de su puto sabor. Pero no era suficiente.
No para ella.
No para mí.
Me miró con la respiración entrecortada, los ojos oscuros encendidos, su coño aún vibraba y goteaba.
—Túmbate aquí. Ven. Aquí.
Ni lo dudé.
Me recosté en el asiento trasero y ella se subió sobre mí con una velocidad que casi ni la vi.
Se arrodilló con las piernas abiertas, su coño mojado justo de mi boca. Desde mi posición podía verlo todo. Sus labios hinchados, temblorosos, abiertos, listos para ser devorados.
Valeria se pasó los dedos por su clítoris, frotándose lentamente mientras me miraba con una sonrisa complacida.
—Míralo bien, cabrón.
Y lo miré. Joder, lo miré muy bien sin perder detalle.
El reflejo de las luces de la carretera iluminaba su piel pálida, su coño chorreante, su respiración agitada. Goteaba sobre mi barbilla, sobre mi cuello, sobre el asiento.
—Dime que lo quieres, hijo de puta.
No dije nada. Tiré de su cintura con fuerza hacia mí.
—¡Ahhh, sí, así, así!
Su coño caliente se apoyó sobre mí.
Sus labios resbalaban sobre mi boca, restregándose, marcándome la cara con su flujo caliente.
Metí la lengua entre sus labios mojados, recorriéndolos lentamente, sintiendo cada pulso de su coño desesperado. El sabor intenso explotó en mi boca, su humedad lo impregnó todo.
—¡Sí, fóllame con la lengua! ¡Haz que me corra en tu cara, cabrón!
Mis manos se aferraron a su culo, separando sus nalgas para abrirla aún más. Y entonces ella empezó a moverse.
Al principio lento, controlado, restregándose contra mi boca, asegurándose de que cada centímetro de mi lengua pasara por su clítoris. Pero luego perdió el control.
—¡Dios, sí, sí, trágate mi coño, cómeme entera!
Se folló mi boca con desesperación, moviendo las caderas sin frenos, con cada embestida restregando su coño chorreante sobre mi lengua, mi nariz, mi barbilla.
No había pausa, no había frenos, no había nada más que su coño follándose mi boca sin piedad.
El sonido era obsceno. El chapoteo húmedo resbalando contra mi lengua, el jadeo entrecortado de su boca, el golpeteo de su piel mojada contra la mía.
Me embestía con fuerza, aplastando su humedad caliente contra mi cara, sin descanso, sin tregua.
—¡Joder, Andrés, me corro, me corro, me corrooo!
Su espalda se arqueó y un grito desgarrado explotó de su garganta.
Su coño se apretó, palpitó, y un chorro caliente de squirt me bañó la boca y la barbilla.
—¡Ahhh, sí, sí, sí, tómalo, cabrón, tómalo todo!
Otro chorro caliente estalló contra mi cara, mojándome entero mientras su entrepierna vibraba con espasmos salvajes sobre mi lengua.
Pero la muy puta no se detuvo.
—¡Otra vez, otra vez, sigue chupando, hijo de puta!
Y seguí. Succioné su clítoris hinchado, metí dos dedos en su coño resbaladizo y la hice explotar de nuevo.
—¡Mierda, otra vez, otra vez, me estoy corriendo… no puedo parar!
Su cuerpo se tensó y otro chorro de squirt explotó directamente en mi boca.
Mi lengua se ahogó en su flujo caliente, mis labios se empaparon, mi piel quedó bañada en su puto placer líquido.
Valeria gritó con fuerza, sus piernas temblaron, su coño pulsó en espasmos descontrolados y me empapó la cara por tercera vez.
Cuando por fin terminó, quedó sobre mi cara, jadeando, con el cuerpo tembloroso y el coño aún goteando.
Se incorporó lentamente, mirándome desde arriba con esa sonrisa de zorra satisfecha. Yo estaba completamente empapado en su corrida.
—Ahora quiero tu leche, cabrón.
Se deslizó por mi cuerpo, bajando hasta quedar entre mis piernas.
—Te has bebido la mía, ahora te toca darme la tuya.
Y se metió mi polla entera en la boca.
Valeria aún jadeaba sobre mi cara, con el coño empapado pulsando sobre mi lengua, su sabor aún cubriéndome la boca. Se había corrido a chorros en mi cara, había temblado, había gritado, pero aún quería más.
Se deslizó lentamente hacia abajo, su coño chorreante resbalando por mi torso hasta que quedó de rodillas entre mis piernas. Sus ojos oscuros me miraron con pura perversión mientras su mano envolvía mi polla, dura como una roca, palpitando por toda la puta tensión acumulada.
—Ahora quiero tu leche, cabrón. Me has dejado seca, ahora te toca a ti.
Sin esperar respuesta, se la metió en la boca de un solo golpe.
—¡Joder, Valeria!
Su garganta me apretó sin piedad, su lengua se movía rápido, succionándome con hambre, con ansias de hacerme explotar.
Su saliva me cubrió entero en segundos, haciendo que cada movimiento de su boca sobre mi polla sonara obsceno, sucio, húmedo. Pura guarrada.
—Mmm… te encanta, ¿eh? —murmuró, sacándosela un segundo para mirarme con esa sonrisa de zorra malvada—. Te encanta ver mi boca llena de tu polla, ¿verdad, cabrón?
—Sí, joder… sigue.
Ella gimió y volvió a metérsela, esta vez más rápido, con más fuerza. Me follaba la polla con la boca como si fuera una perra desesperada por tragarme.
Sus manos me agarraron de los muslos, sujetándome mientras su cabeza se movía sin control, sin pausas, con la lengua haciendo magia en la punta mientras su garganta se cerraba alrededor de mí.
No iba a aguantar mucho más.
—Valeria… me voy a correr.
Ella sacó mi polla de su boca y abrió la boca completamente, con la lengua fuera, mirándome con esos ojos llenos de perversión pura.
—Dámelo todo, cabrón. Llena mi puta cara con tu corrida.
Esa imagen me destruyó. Un espasmo recorrió mi cuerpo y mi corrida explotó en su cara en oleadas calientes y abundantes.
—¡Joder, sí, puta, trágate mi leche!
El primer chorro le cubrió la frente, el segundo cayó sobre su nariz, el tercero sobre sus labios abiertos. No paraba, seguía disparando semen caliente mientras ella sonreía, completamente cubierta, goteando de mi puta esencia.
Estaba bañada en mi leche.
Su lengua salió y recogió parte de mi semen de su labio superior, relamiéndolo con puro placer. Pero no era suficiente.
Metió la lengua en su palma y recogió mi corrida, llevándosela a la boca, tragándosela sin apartar la mirada de mí.
—Dios… me encanta tu leche.
Se llevó los dedos a la cara, recogiendo los restos de mi corrida, lamiéndolos, chupándolos, tragándose hasta la última gota.
No dejaba nada.
Cuando terminó, se limpió la comisura de los labios con el dedo y lo chupó lentamente, disfrutando cada segundo.
Esta mujer era una puta obra de arte.
—Si me follas así cada noche, joder… que me quedo contigo para siempre.